jueves, 21 de abril de 2011

JUEVES SANTO

MI CASA ES TU CASA
Te puede parecer ciencia ficción, pero si lees con atención el texto del Evangelio que hoy utilizaremos en la celebración de la tarde (Jn 13,1-15), hay en la penumbra un personaje que en Mt 26,18 se menta: “Id a la ciudad a casa de Fulano y dadle este recado: El Maestro quiere celebrar la Pascua en tu casa con sus discípulos”. Imaginad un poco: yo soy ese “Fulano”. Llamadme, si os parece, Yohanán, Juan. Muchos nos llamábamos así en aquella época. Jesús quiso cenar en mi casa. Hizo de mi casa su casa, aunque, en realidad, luego vi que era él quien me admitía a su familia.
Yo le vi lavar los pies a sus discípulos. Aquello les contrariaba. ¡Qué Mesías de nada era aquel que lavaba los pies como un siervo! Percibí que no le entendían. Ellos querían un Mesías potente, milagroso, brillante, a cuya sombra ellos iban a sacar algo en limpio. ¡Y se ponía a lavar pies! No entendían que les estaba diciendo: si soy capaz de lavarte los pies con cariño, es que mi corazón, mi vida, puede ser casa tuya. No estás desamparado, no tienes que hundirte cuando las cosas no van bien, tienes una casa donde se te quiere como eres. No lo entendían, pero él seguía lavándoles los pies con el mismo cuidado.
La repera fue cuando se acercó a Pedro: él no se dejaría lavar los pies jamás. Eso era denigrante para Jesús y, de rebote, para él, porque, ya decimos, ¿qué se podía esperar de un Mesías que lava pies? Sin que se le alterase un músculo, aunque la procesión iba por dentro, Jesús dijo a Pedro la frase más “amenazadora” que hay en todo el Evangelio: Si no te dejas lavar, no tienes nada que ver conmigo. Algo se iluminó en la cabeza de Pedro: entendió que lo de menos era el tema de los pies, que le estaba abriendo la puerta de su alma, de su vida, de su casa. Por eso reaccionó con aquella desmesura de siempre: entonces, lávame todo.
Con el tiempo yo, Yohanán, estuve con aquel grupo de seguidores de Jesús cuando se rehicieron del hachazo de la muerte violenta de Jesús. Ellos comentaban aquel episodio del lavatorio de los pies que les marcó. Decían que ahora veían que les estaba abriendo la puerta de su casa, que les estaba invitando a una profunda amistad, que lo suyo no era salvar a nadie, sino abrazar a todos, fueran como fuera. Que su gran empeño era que viéramos que no estábamos solos, que nunca quedaríamos a la intemperie, que en algún lugar siempre nos esperaba alguien, él siempre nos esperaba.
Esto de “mi casa es tu casa” nos suena un poco a E.T. Y hacemos un chiste. Pero, en realidad, todos anhelamos tener una o varias casas, porque la sed de amparo y de abrazo de los humanos es insaciable. Hay un dicho castellano que suena así: “¡Qué se puede esperar de quien no tiene hogar!”. Pongámoslo en positivo: Lo mejor de nosotros se puede esperar porque tenemos hogar (varios hogares cálidos).
Hoy es Jueves Santo: trata de ser hogar para otros, aunque sea un poco. Abre tus “puertas” sin miedo. Escucha, acompaña, sé paciente. Mira lo de dentro de la persona, no te quedes en las apariencias. Todas estas cosas es como “lavar los pies”, decir con el lenguaje de la vida que mi casa puede ser la tuya, si quieres.


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