miércoles, 13 de noviembre de 2013

DOS ENCUENTROS EN ASÍS


  Asís, la ciudad de Francisco, es un lugar entrañable, luminoso, tranquilo, silencioso…, un lugar que favorece el encuentro. Encuentro que tiene en Asís un doble significado pero con un denominador común. Al menos así me lo pareció a mí.
  Un Encuentro con, vamos a decirlo de esta manera, el que hizo famoso este lugar. En Asís todo recuerda a Francisco, uno puede imaginarse a Francisco andando por la ciudad, haciéndose el encontradizo con sus habitantes, para darles el tesoro que le quemaba en las manos, para darles de lo que él había recibido gratis. Es muy interesante la explicación de lo que es Dios echando mano de la relación que hay entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y entre ellos hay una relación de amor que se da siempre y que ninguno se guarda para sí mismo si no que lo da siempre, y que sale de la esfera de Dios y alcanza a los hombres, a Francisco le alcanzó esa gracia, ese amor de Dios, y lo da, no se queda nada para él, y lo da especialmente a los que más lo necesitan.
  Desde este primer Encuentro con Francisco uno cae en la cuenta del camino que tuvo que recorrer en su conversión y que nos relata el Testamento “En efecto como estaba en pecado, me parecía amargo ver los leprosos…”, es decir vivía encerrado en sí mismo, buscando su propia exaltación, búsqueda de gloria y fama, ser un caballero y por otro lado le parecía amargo ver los leprosos que como dice Pietro Marenesi significa que “esos encuentros casuales y violentos con aquellas pobrezas ponían de manifiesto la miseria y fragilidad de una vida de apariencias fundada sobre la no verdad y orientada hacia un sueño que no era el “verdadero”. Este sentimiento le hacía a Francisco preguntarse por su identidad.
  Nos sigue diciendo el Testamento “Y el Señor mismo me condujo entre ellos, y practique con ellos la misericordia…”. El Encuentro con los leprosos tiene en Francisco un marcado carácter teológico es el Señor quien le condujo entre ellos. Pero además practica con ellos misericordia, es decir Francisco tiene que tomar partido y situarse frente a ese escándalo repugnante, y lo que Francisco siente que Dios le ha dado él lo da aquellos miserables. Existe una palabra que expresa esto perfectamente y es la palabra “misericordia”. Aquí no es el Cristo de San Damián el que le habla pero si le habla el Cristo del dolor, de la enfermedad, de la exclusión, del sufrimiento: esto es lo que significan los leprosos. Esta es la identidad de un Francisco que se puede encontrar, quizá no dentro de las murallas de Asís, pero sí a las afueras de la muralla, San Damián, Santa María de los Ángeles, Rivotorto… donde estaban los que no cuentan; y esto a Francisco se le vuelve “dulzura del alma”, como nos recuerda en el Testamento.
  Cuando la figura de Francisco resuena más o menos así en tu interior, yo creo que inevitablemente te lleva a otro encuentro, pero esta vez contigo mismo. Las circunstancias de la vida, los problemas, el vacío con el que vivimos puede llevarnos a un sinsentido, a un perder el horizonte personal, de no ver a Dios en el primer libro de la revelación: el mundo, la creación, los hombres… donde Dios sigue mostrando su misericordia… y al estilo de Francisco uno se pregunta por tu identidad personal: quién soy, quién quiero ser… quién quiere Dios que sea…, y es allí donde el silencio, la luz, la tranquilidad de Asís despierta en uno el deseo del Encuentro pero esta vez con el Señor y suavemente, con lentitud pasmosa va llegando la paz, la luz y el sosiego a tu corazón. El denominador común de los dos Encuentros es la misericordia de Dios que genera vida, gracia y don.
Benjamín Serrano, capuchino

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