sábado, 8 de febrero de 2014

ROMPERÁ TU LUZ COMO LA AURORA

No tengo más remedio para el comentario del Evangelio de este domingo que hacer referencia a una frase que nos ofrece hoy la 1ª Lectura que viene de la mano del profeta Isaías: “Entonces romperá tu luz como la aurora”, que unida al evangelio quedaría del siguiente modo: “Al ser sal para esta tierra, romperá tu Luz como la aurora”. Pido disculpas por el atrevimiento de esta libre interpretación y la formación de esta cita, pero es que tal y como yo lo vivo, son causa y consecuencia, van cogidas de la mano.
   Desde la vivencia en el presente, en la Luz, ambas expresiones son complementarias, sólo hace falta descubrirlas.
   No hay que pensar mucho para darse cuenta de qué poco es necesario cada día para ser feliz, al menos en circunstancias normales. Cuando nos encontramos en realidades de enfermedad, paro, muerte… ya hay que tratar el tema de otro modo. Pero no nos podemos engañar: para muchos de nosotros, la mayoría de nuestros días pasan en la más absoluta de las “tranquilidades” y sin embargo tenemos el peligro de que pasen desapercibidos. ¿Qué podemos hacer para que el día a día brille, para que la cotidianidad sea aquel marco donde lo divino y lo humano se unen? ¿Dónde lo común y lo propio se buscan?… la sal que ponemos a cada cosa que hacemos. Y sal, como en la comida hay que poner muy poca, pero a todo y a tiempo.
   Una pequeña sonrisa, un saludo de “buenos días”, un hacer bien las cosas, un mirarse al espejo y mimarse un rato y descubrir el brillo en los ojos propios y de los otros… para eso hay que mirarlos, claro. Son detalles que hacen vida y que como consecuencia dejan libre la Luz que hay en cada uno para que “rompa como la aurora”.
   Últimamente circula por una de las redes sociales frecuentemente una frase que dice así: “No sabía qué ponerme y… me puse feliz”. Porque “ponerse feliz”, es un acto de la voluntad (vuelvo a recordar que me refiero a circunstancias normales del día a día donde nada vital está en juego). Poner sal a las cosas es una decisión. Nos sigue diciendo el profeta Isaías que se trata de “… desterrar de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia…”. Como consecuencia, “brillará tu luz en las tinieblas”. ¿Por qué no probarlo? Comienza mañana mismo: al levantar, siente el milagro de ponerte en pie, aunque sea “crujiendo” y mírate al espejo. Contempla la presencia de Dios en ti y camina con paso firme echando sal en cada paso. Sonríete primero a ti mismo y dibuja luego una sonrisa en tu rostro. El efecto es mejor que el de la más valiosa de las cremas: la luz que siempre ha existido brillará en ti. Los demás, lo notarán y hasta tu salud lo agradecerá.

CLARA LÓPEZ RUBIO

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