sábado, 22 de marzo de 2014

Y ME DISTEIS DE BEBER

    Hay fuentes que no sacian, y ésas son las que más frecuentamos. Abandonamos la fuente de agua viva, para construirnos aljibes agrietados, que no retienen el agua. ¡Hemos secado tantos pozos buscando saciar la sed! ¡Hemos probado tantas marcas de agua...! “Como suspira la sierva por las corrientes de agua, así suspira mi alma por ti, mi Dios. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Sal 42,2-3). ¿Es esto verdad en nuestro caso? ¡Ojalá que sí! Que desde lo más hondo de nuestro corazón también nosotros, sedientos de Dios, sedientos de la Verdad, digamos con la mujer de Samaría: “Señor, dame de esa agua”.
    La sed de Jesús sigue viva; se inició junto al pozo de Jacob; se radicalizó en la cruz: "Tengo sed" y continúa en tantos sedientos de verdad, de justicia: "Tuve sed..." (Mt 25,35).
    La sed de Jesús es provocadora de sed, de sed de Dios; pero es también invitación a convertirnos en el "agua fresca" de la que él habló: "El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no quedará sin recompensa". ¿Vamos a negarle a él esa agua?
    No lo olvidemos, en el día del juicio, entre otras cosas seremos seremos preguntados por esta: "Tuve sed" y ¿me disteis de beber?
Domingo Montero, capuchino


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