martes, 30 de diciembre de 2014

ESPÍRITU DE BÚSQUEDA

   Suscitan atracción las personas buscadoras, hombres y mujeres que inician un camino de búsqueda de algo nuevo: identidad, sentido, relación, espiritualidad… saliendo de lo normalizado y prefabricado. En la juventud, en esa búsqueda de la identidad personal, se vive la necesidad de romper con lo conocido adentrándose en una fase de tanteo de quién es uno mismo, sus amistades, su lugar en la sociedad, en el mundo. También en una fase más avanzada uno vuelve a preguntarse por los fundamentos de todo lo que vive y le queda por vivir. Ya no son suficientes los lugares comunes, las respuestas y las referencias que le han servido hasta ahora. Incluso se reconoce que se lleva ya un tiempo con una insatisfacción interior que le hace a uno vivir todo sin brillo. El sentido que le ha iluminado hasta este momento le resulta del todo insuficiente y no puede seguir así. Si siguiera, se traicionaría en lo más íntimo, en lo más verdadero de uno mismo.
   Se inicia la búsqueda. Ya había sido iniciada, pero ahora lo hace libre y conscien- temente. Es un ejercicio de humildad. No es la búsqueda enfermiza del inseguro que no puede encontrar reposo en ningún lugar; tampoco es la búsqueda adolescente del que no sabe nada sobre sí; ni es el consumo compulsivo de lo novedoso y de lo exótico, tan de moda. Este tipo de búsqueda, fruto de la humildad, hace sumergirse a uno en lo más profundo de sí mismo, de las personas con las que vive y de la realidad que le circunda, en búsqueda de una verdad mayor que le sustente, le ilumine y le dé más hondo sentido.
   En el fondo, más allá de lo controlable, la mayor búsqueda es la de Alguien que nos sostenga en esta existencia, que fundamente todo nuestro ser y existir, que nos ame desde y hasta el fondo; es la búsqueda de Dios, de quien nos da la vida. El creyente es el buscador de Dios y el encontrado por Dios.
CARTA DE ASIS, DICIEMBRE 2014


domingo, 28 de diciembre de 2014

CADA PERSONAJE, EN SU SITIO

   No puedo evitar, ni quiero, que cada Navidad resulte una evaluación de lo vivido durante el año. No me pongo a ello concienzudamente, es más bien un proceso ya natural que va surgiendo poco a poco a lo largo de los días y en distintos momentos, pero al final la evaluación se produce. Y en la de este año, y por las circunstancias que en este tiempo estoy viviendo, la evaluación quedaría enmarcada dentro de un claro contexto: dejar que los acontecimientos se desarrollen, dejar pasar y cada cosa y cada persona se coloca por sí misma en su sitio.
    No es tarea fácil, generalmente tenemos prisa, pero nada acontece antes de tiempo. Uno de los protagonistas del Evangelio de hoy dan fiel cumplimiento a esta experiencia. Simeón, anciano, pasó toda su vida esperando ver al Mesías y dejándose guiar por el Espíritu se encontró frente a Él.
   Dejarse guiar por el Espíritu es ni más ni menos que vivir conectado con la fuente y el momento propicio se nos presentará para encontrarnos con nuestro anhelo más profundo. Pero para ello, cada personaje también tenía que ir a ocupar su lugar: María, tras su alumbramiento acudir a la purificación que según la Ley la dirigía al Templo. Ana, la profetisa, como cada día, para ser testigo del encuentro y por supuesto Simeón, sin dudar de lo que de Dios esperaba.
   “Todo tiene su tiempo bajo el cielo”, dice el libro del Eclesiastés en el cap. 3, y saber esperar es a la vez prepararse para cuando tienen que suceder los acontecimientos. Y lo que acontece es porque nos conviene y en el tiempo que nos conviene.
   El tiempo de Navidad es una llamada a la vivencia interna y cuando sucede lo que realmente te hace sentir conectado con lo más profundo de ti, ya sabes entonces que das por bueno vender todo un campo para conseguir una sola perla.
   “Ahora Señor, según tu promesa….” te conozco, ya no hace falta creer por lo que otros me dicen, ya no es tiempo de mirar afuera ni buscar otras experiencias. Ahora ya, es momento de gustar la dulzura de tu Presencia que no se limita al tiempo ni al espacio ni pertenece a nadie. Ahora ya que sé que estás en todo y me limito a dejar que todo acontezca porque nada llegará fuera de su tiempo.
CLARA LÓPEZ RUBIO

jueves, 25 de diciembre de 2014

NATIVIDAD DEL SEÑOR

    De la Navidad hay señales equívocas e inequívocas; no distinguirlas o confundirlas puede tener graves consecuencias. “Esto os servirá de señal: encontraréis un niño acostado en un pesebre” (Lc 2,12).
    La señal de la Navidad no está en las luces, ni en la música, ni en el consumo, ni en los adornos callejeros o domésticos (señales todas equívocas y a veces equivocadas y equivocadoras). La señal inequívoca está en el Niño.
    Ante la celebración litúrgica del nacimiento de Jesucristo, los cristianos debemos hacernos profundas reflexiones sobre el por qué y el para qué de este misterio. Eso nos ayudará a vivirlo con mayor lucidez y coherencia. Porque la Navidad no es un rito, sino un reto para nuestra vida.
    ¿Por qué? El amor de Dios es la razón profunda, el origen íntimo de la Navidad (1 Jn 4,9; Jn 3,16). La venida de Cristo no la motivó el pecado del hombre, sino el amor de Dios. Cristo no es un “parche” a un proyecto estropeado por el hombre, sino el centro de un proyecto originado en Dios “antes de la fundación del mundo” (Ef 1,4), que, a pesar del pecado, el hombre no pudo estropear. La Navidad es, pues, la epifanía, la manifestación del Dios Amor y del amor de Dios. Si no damos con esta clave, no habremos hecho la lectura correcta de su mensaje.
    ¿Para qué? Lo expresa magníficamente el himno de la carta a los Efesios: “para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo…; para hacer que todo tenga a Cristo por cabeza” (Ef 1,3-12). Y en términos parecidos se expresan la carta a los Gálatas: “Para rescatar a los que se hallaban sometidos a la Ley” (4,4), y a los Colosenses: “Para reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, los seres de la tierra y de los cielos” (1,15-20). De todo esto, el Niño es la señal.
    Para verlo no bastan los ojos de la carne y la sangre, se necesitan ojos sacramentales, capaces de trascender lo sensible. De lo contrario volverá a repetirse la historia: “Vino a los suyos, mas los suyos no la recibieron” (Jn 1,11).
    Hoy celebramos el nacimiento de la VIDA, de nuestra Vida, Jesús, quien vino para que tuviéramos vida, “y en abundancia” (Jn 10,10). Y frente a programas y planes anti-vida, deberíamos activar y renovar nuestro compromiso por la vida, en su integridad, sin amputaciones ni reducciones.
Domingo Montero, capuchino


martes, 23 de diciembre de 2014

PERSONAS DE ESPERANZA

   En medio de la crisis, como la que estamos viviendo, una de las peores cosas que nos puede pasar es perder la esperanza. De ella decimos que es “lo último que se pierde”. Pero cuando se pierde, todo corre el riesgo de resquebrajarse y degradarse. Somos conscientes de que muchas personas se mueven en unos niveles muy bajos de esperanza.
   Hace un año el Papa en una de las entrevistas decía: “Yo veo claramente qué es lo que más necesita la Iglesia hoy: la capacidad de curar las heridas y de calentar los corazones de los fieles, la cercanía y la proximidad…”. Por eso el nuestro es un tiempo de sanar, de curar, de reponernos y de ayudar a otras muchas personas a rehacer sus vidas.
   Todos estamos invitados a que seamos personas que acogen, que al dolor o a la búsqueda de las personas no respondamos con legalismos y exigencias, sino con comprensión; personas que infunden paz y regalan ánimos a todas esas que están desfalleciendo por el camino. Estamos llamados a ser testigos y portadores de esperanza, que es una de las cosas que más falta hace en este mundo. Hoy, como nunca, nuestra sociedad necesita una Iglesia afectada, con sensibilidad profunda y auténtica. Éste es el verdadero tesoro que los cristianos llevamos en vasos de barro para que los demás puedan beber consuelo y esperanza.
   Estamos llamados a vivir y trasmitir la alegría de la Navidad y tal vez a muchas personas esta alegría les parezca insoportable, casi algo indecente. Aun así, no tenemos derecho a desesperarnos por nuestro mundo. Dios nos pide que lo miremos con ternura y que trasmitamos esa gran convicción de que el amor es más fuerte que la muerte. Dios es “amigo de la vida”. Dios es la vida y la vida viene a nosotros. Que sepamos estar atentos en ese momento en que el amor se hace tan cercano y, al mismo tiempo, tan secreto.

Benjamin Echeverría, capuchino


domingo, 21 de diciembre de 2014

JESÚS ES LO QUE ACONTECE

   "Jesús es lo que acontece cuando Dios habla sin obstáculos en un hombre" (Jean Sulivan).
   Este es realmente para mí el sentido de la Navidad y por eso desde aquí se puede hablar de que es Navidad durante todo el año.
   Requiere un arduo trabajo. Requiere acallarlo todo, hacerse como hueco y dejar que Dios pase a través de ti para, siendo el hombre la caja de resonancia, Dios se exprese con toda su música. Desde esa experiencia haremos en nosotros realidad el mismo misterio de María. Su parte humana y su parte divina, la que todos llevamos dentro, se dieron la mano y desde ahí dejó que la vida, con todo lo que tuviera que acontecer se hiciera realidad siendo ella instrumento. Por eso fue Virgen.
   Desde hace muchos años a mí ya no me preocupa otra perspectiva. Las intervenciones de Dios desde lo externo hace tiempo que no forman parte de mi vida desde el Espíritu. Dejarme hacer y hacerme eco de los procesos que van sucediéndose forman más parte de mí. La tentación de adelantarme a las consecuencias de los acontecimientos que de repente se me presentan, está siempre llamando a mi puerta, pero cada vez la “pesco” antes.
   María tuvo todos los ingredientes para plantarse delante de ciertas situaciones en su vida y pedir explicaciones, pero demostró su virginidad al vivir sin juicios un presente completamente consciente.
   Si queremos vivir en clave de Navidad hagamos el trabajo interno de vivir en libertad y en plena consciencia, haciéndonos huecos por dentro, para que cuando Dios hable a través de la vida, no encuentre obstáculos y entonces todo nuestro vivir y actuar y sentir serán… Jesús.
CLARA LÓPEZ RUBIO


martes, 16 de diciembre de 2014

DE BICICLETAS Y TAXISTAS…

   No es por chafar el título en la primera línea, pero un día de estos de otoño, salía con la bici a hacer unos recados, inspirando ese aire maravilloso que respiras encima del biciclo, y me fijé en un taxista, que dentro de su vehículo, esperaba a sus clientes manejando su móvil…
   Y me entró una sensación de pena; pena porque el mundo de aquel hombre fuera tan reducido… Luego pensándolo un poco mejor me dije que tampoco tenía muchas posibilidades dentro de su lugar de trabajo, donde todo está marcado por la utilidad, donde todo tiene sentido en la medida en que sirve para hacer algo: volante, taxímetro, asiento, móvil, etc. En cambio las cosas más bonitas de la vida no tienen que ver con el “hacer”, con la utilidad, sino que tienen que ver con el “ser” y no estaban tan accesibles a este hombre: una sonrisa, una conversación mirando a los ojos, tener un hijo, existir, orar, un amanecer…
   Pero no sólo eso, me di cuenta, que no es sólo un problema del taxista, es un problema que tenemos la mayoría de los urbanitas, porque casi todo lo que nos rodea lo hemos puesto ahí para que realice una función, muy útil, muy necesaria, pero que nos aleja del ser profundo de la realidad. Y es que hemos construido unas ciudades llenas de servicios, de diversión, incluso de posibilidades de promoción de las personas -educación, sanidad, ¿trabajo?-. Unas ciudades muy versátiles, muy funcionales pero que nos alejan de la naturaleza, de pasar el tiempo sin que esté encorsetado en un horario, de simplemente “estar” jugando con mi hijo, o con los amigos; nos alejan de la posibilidad de un paseo, por el hecho de pasear sin que sea para adelgazar, para ir a algún recado o para hacer deporte.
   De esta forma perdemos la percepción de que las cosas tienen sentido por sí mismas, no en la medida en que sirven para algo: perdemos la mirada contemplativa de la realidad. Y no sólo la mirada, perdemos una forma de relacionarnos con la realidad que no está ligada a la utilidad. Y por eso, también ese mecanismo se va transfiriendo a la percepción que tenemos de nosotros mismos y nos resulta extraño saber que nuestra vida tiene valor por sí misma, por el hecho de existir, por el hecho de ser, sin necesidad de hacer nada: “Yo soy” decía Jesús de Nazaret (Jn 13, 19), y eso es suficiente…

Javi Morala, capuchino


viernes, 12 de diciembre de 2014

LA OTRA CARTA

Una conocida marca ha realizado un experimento con 10 familias reales, donde los niños nos enseñan lo que realmente quieren hacer esta Navidad. ¿Qué escribirán los niños en la carta a los Reyes Magos? Y, si tuvieran que escribir una carta a sus padres ¿que pedirían?

martes, 9 de diciembre de 2014

UNA IDENTIDAD RELACIONAL

   Este pasado verano coincidí en el santuario de Arantzazu (Guipuzcoa), en unos días de retiro, con un arquitecto. Al hilo de las reflexiones de aquellos días, me dejó un articulito suyo que titulaba “Arquitectura relacional”. No era fácil seguirle para uno que no es de ese mundo. Hacía filosofía sobre la arquitectura y era bastante crítico con muchas actuaciones arquitectónicas modernas. Su insistencia podría recogerla en este párrafo:

Frente a ese entorno disperso y atractivo que ha sido siempre, en todas las épocas históricas, el lugar de acción de los arquitectos cuya vocación originaria ha sido y será proponer un orden, siempre diferente, en el caos de la realidad para que la vida fluya, sólo queda mirar con ojos limpios y humildes lo que nos rodea, aprender a asumir sus contradicciones y actuar con decisión para localizar lo global.
La obra de arquitectura no es un objeto sino un conjunto de relaciones expuestas ante un espacio y un tiempo históricos. Recíprocamente, la naturaleza objetiva, real, de la arquitectura se pierde en la consideración de la obra como un objeto sin relación o con relaciones externas a sí misma”.

   Al tiempo, esa idea de relación me hizo pensar y evocar a Francisco desde ese mismo ángulo. Tuve la intuición, nada sorprendente, pero que para mi tuvo algo de novedad, de que la identidad franciscana es una identidad relacional. Ser hermano menor es como “proponer un orden en el caos de la realidad para que la vida fluya…, un conjunto de relaciones expuestas ante un espacio y un tiempo históricos”. Francisco fue transformado en sus modos de relación: consigo mismo, con Dios, con los demás, con el mundo, con los adversarios… Quiere crear relacionalidad a través de todo: del éxito y del fracaso, de la enfermedad y del bien…
   Quisiera ir desgranando a Francisco, lo franciscano, desde palabras, claves, que saben a relación, que llevan a ese núcleo unificador de muchas cosas; rastrear sus textos desde esta sensibilidad. Decía la madre Teresa de Calcuta que “Jesús no vino a traer una nueva religión, sino una nueva relación”. En el fondo, lo cristiano, el evangelio de Jesús, esa relación nueva quiere crear y extender en cada discípulo y discípula. Francisco así lo proclama.
Jesús Torrecilla, capuchino


domingo, 7 de diciembre de 2014

EL SÍ, SE DESPOSA

   Llevo años leyendo la mítica frase de este II Domingo de Adviento, “no soy digno ni de desatarle la correa de sus sandalias” que sale de labios de Juan el Bautista y esos mismos años sin saber realmente qué es lo que eso significa. Por fin cae en mis manos hace pocos días un comentario al evangelio que lo explica perfectamente. Tal versículo del evangelio hace referencia a la “ley del Levirato”. A continuación os copio la explicación del gran Enrique Martínez Lozano: “Marcos presenta a Jesús como el esposo del nuevo pueblo, de la humanidad. El rito de “desatar la correa de las sandalias” –tal como narra el Libro del Deuteronomio 25,5-10- remite a la “ley del levirato” –del latín “levir”, cuñado-. Según esa ley, cuando moría un hombre casado sin haber dejado descendencia, su hermano debía desposar a la viuda; en el caso de que él se negara, ella, delante de los ancianos del pueblo, “le quitará la sandalia del pie y le escupirá en la cara” (Deut 25,9).
   Con ese trasfondo, “no quitarle la sandalia” significa que Jesús está dispuesto a desposar al pueblo. De esta manera, Marcos lo presenta con una de sus imágenes preferidas –lo será también para el cuarto evangelio-: la de novio o esposo. Así como los profetas cantaban a Yhwh, que desposaba al pueblo por amor, Marcos muestra a Jesús como el nuevo esposo del nuevo pueblo”.
   Interesante ¿verdad? Vamos ahora de piel hacia dentro. La Ley del Levirato está presente tomando como referencia al Dios que todos llevamos dentro. Seamos de la condición, raza, religión que sea, a todos nos une la esencia de Dios y Él, hagamos lo que hagamos ya firmó para todos los tiempos su unión con el hombre. Nosotros lo que hacemos es vivir de espaldas a esa realidad que ya no hay que conseguir. Por eso, como dice el título que le he puesto hoy al comentario, “El sí de Dios se ha desposado con el hombre”.
   Pero esto lleva por parte del hombre un compromiso, preparad el camino, y un lugar, el desierto. Como siempre, la referencia es lo cotidiano lo que todos los días vive el hombre. La Unión de Dios con el hombre no hay que hacerla realidad, ya es. El encuentro consciente de Dios y el hombre sí es parte humana. Hasta que el hombre no se despoja de sus juicios, barreras, miedos, asideros…y allana sus propios senderos, no se entera de lo que puede vivir con Dios y eso se hace en el día a día.
   El Adviento es especial para esta experiencia. Antes de darnos cuenta estaremos metidos en la gran marea de las compras y los preparativos. Urge hacer la experiencia de descalzarse, pisar lugar sagrado, que es lo más profundo de nosotros mismos y vivir desde la sinceridad y el desapego. Preparemos lo justo, compremos lo justo y vivamos todo ello desde dentro y con atención. A veces no hay que cambiar mucho nuestros hábitos, pero si la atención e intención que ponemos en ellos.

CLARA LOPEZ RUBIO


sábado, 6 de diciembre de 2014

CAMINAR Y RECREAR EL CAMINO

Hacer el camino implica caminar como si fuera la primera vez, caminar como si fuera la única, caminar como si fuera la última: ligeros (sin atarnos), sensibles (captando todo y apoderándonos de los que vemos o vivimos), libres (sin endurecernos). Así podremos después recrear el camino sin nostalgias, contagiando el gozo de mirar y de vivir.

Tierra enamorada
¿Recordáis al viajero, el que nos dijo
que él mismo era su camino interminable?

Ha dejado de andar y se ha sentado
con nosotros a hablar de los países
recorridos...
                       ¡Oh, todos eran suyos
pues el amor es el que da la posesión
y nadie puede arrebatarnos
el gozo de mirar lo que sentimos nuestro!

Ha enseñado sus manos como mapas
abiertos y ha contado
hombres, ciudades, ríos, cielos, mares.

Los tenía en los labios cuando hablaba.
Los tenía en sus ojos transformados en luz.
Los tenía en su pecho como un nido interior.

Nunca un hombre tan propio y tan ajeno:
podía ser un árbol, podía ser un ave.
Nuestras eran su cercanía o su distancia,
igual que su palabra o su silencio.

Se ha asomado al balcón.
Ha alzado la mirada hacia los astros
y, la mano en el pecho, ha dicho por tres veces:
¡Oh, tierra, tierra, tierra enamorada!
RAFAEL ALFARO


martes, 2 de diciembre de 2014

OS SERVIRÁ DE SEÑAL (Lc 2, 12)

   A veces vivimos como si la realidad no fuera más que lo que nos aparece en el Street View del Googlemaps. Pero detrás de las apariencias nuestras vidas están llenas de significados y sentidos. Algunas personas hablan de que las vida les da “señales” que les ayudan a descubrir esos significados profundos. Este Pregón 2014 en Zaragoza, de la mano de las señales del cielo, las estrellas, vamos a aprender a mirar la vida con toda su densidad. ¿Te atreves?
   Aquí tienes el video de presentación...