domingo, 15 de marzo de 2015

COMO FUE ALZADO EN EL DESIERTO

Lógica aplastante de un niño de 11 años ayer en mi clase: “Seño, ¿por qué dice el Evangelio que Jesús es el Hijo Único de Dios? ¿no somos todos hermanos y Dios nuestro Padre?”… Ante eso, no cabía otra que entrar en “materia” y sacar a los niños de un montón de dudas que albergan en sus corazones.
   - “Sí, Luis, lo dice. Y es que cuando en un momento en la Iglesia se quiso acentuar tanto la figura de Jesús, se hablaba de Él como hijo único, pero tranquilo, la gran verdad, que así nos lo transmitió el propio Jesús, es que al igual que Dios es nuestro Padre, todos somos hermanos”.
   Tengo la suerte de tener un grupo de 29 niños deseosos de entrar con sencillez en los grandes Misterios de Dios y ellos son los que domingo tras domingo me inspiran para hacer este sencillo comentario.
   Y puestos en él, que impresionante la imagen del bastón de Moisés en el desierto. Más claro, agua. Vuelve a repetirse la imagen del desierto, de lo cotidiano, donde todo sucede: desde el maná que sacia y refresca convirtiéndose así en los acontecimientos de la vida más entrañables y teñidos de color, hasta las mordeduras de las serpientes que clavan su aguijón en nosotros en forma de enfermedad, pérdidas, rupturas y que nos acompañan tanta como las anteriores.
   Moisés tuvo que poner una serpiente de bronce en su bastón para todos los que peregrinaban por el desierto y Jesús, tras ser mordido por el no cumplimiento de las expectativas que en un principio de su “carrera” Él podría desear, pérdida de fama, de amistades, de sentirse como en casa entre los suyos y al final de sus propia vida, fue alzado en la cruz como la serpiente, en mitad de la cotidianidad, del desierto de la gente que con él convivía. Quedarnos en la imagen de un crucificado y a Él elevar los ojos para intentar huir de lo que la vida con todas sus caras nos pueda traer, creo que es como poco, jugar al escondite con ella. Nuestro anclaje no se encuentra fuera, sino dentro, en lo mas profundo de nuestras entrañas, ahí es donde todo se nos manifiesta, y donde todo, sin juicios, se nos torna aunque con dolor, como parte de la vida.
   Y al final, queda claro que es nuestra propia Luz la que nos pone en nuestro sitio y nos hace llevar una vida iluminada o en la sombra, no un Dios que nos juzga por fuera. El hombre ha sido creado con todas las posibilidades para ser feliz y serlo incluso a pesar de las naturales serpientes del desierto, esperar la Salvación que viene de fuera carece de sentido, dentro de nosotros mismos ya estamos salvados, porque Aquel que nos habita ya nos hizo con pasaporte a la felicidad. ¿Qué hemos hecho entonces con él? Se hace urgente un viaje a nuestra interioridad tal y como Jesús hizo, aunque la consecuencia sea en primer paso la muerte. ¿Qué temer si ya sabemos el “final de la película”?
CLARA LÓPEZ RUBIO

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