miércoles, 27 de enero de 2016

EL PODER PARA SERVIR

Nuestra condición humana nos lleva a desear cuotas de poder de muy distinto valor y condición. Deseamos tener poder los padres sobre los hijos, los hijos sobre los padres… unos amigos sobre otros, el rico sobre el pobre… y la mayoría de las veces con la pretensión de que lo mío es mejor que lo del otro y hay que imponerlo como sea.
   También parece que tenemos mayor valor personal si tenemos más capacidad de poder: dinero, intelectual, carismas con seducción personal de todo tipo, y todo ello nos hace sentir bien, sentirnos “importantes”, porque al final eso es lo que cuenta en esta sociedad.
   Incluso a nivel espiritual parece que es más importante aquel que hace más oración, porque se considera que está más cerca de Dios, ¿cómo oramos? O aquel que se dedica más a los demás pero quizá buscando satisfacción personal o por sentirse más que el otro.
   Hay muchas maneras de tener poder o de querer tener poder y no es malo. El problema es qué hacemos con ese poder adquirido, prestado, regalado…
   Todas las capacidades que tengo puedo utilizarlas como dominio para mirar al otro por “encima del hombro” o puedo ponerlas al servicio de los demás.
   Puedo disponer de tiempo, dinero, conocimientos intelectuales de muchos tipos, capacidad de escucha, capacidad de acogida y todo ello puedo utilizarlo para beneficio propio y estar en un nivel social más elevado o puedo ponerlo al servicio de lo demás.
   Quizá tenga un relación con Dios especial y ello puede llevarme a sentir orgullo espiritual o puedo humildemente entregarme a los otros para acompañarles de la mano de Dios haciendo un mundo más solidario y justo.
   Mirar hacia fuera de mí mismo y dar todo lo que tengo para hacer un mundo más solidario sería cambiar el poder por el servir.
Carta de asis 87, enero 2016

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