miércoles, 6 de abril de 2016

PARA GANAR LA LUZ

Por la cotidianeidad, el don inmenso de la luz pasa inadvertido. Que se lo digan a quien no puede ver. Que se lo digan a quien nunca ha podido estremecerse ante una puesta de sol o ante los colores vivos de un cuadro de Sorolla, o de Oteiza. Que se lo digan a quien no ha podido ver nunca el brillo de unos ojos llenos de amor. Por su cotidianeidad, el peligro de no valorar la luz es evidente; por su cotidianeidad, la hermosura de la luz que se derrama sobre nosotros que vivimos en este planeta sin luz es la prueba de la generosidad de Dios con nosotros.
   Pero la luz no es solamente la de fuera. Hay también una luz de dentro, una iluminación interior que la posee quien la trabaja, porque es un constructo, un trabajo de por vida, un afán que se logra en la medida en que se lo persigue. Hay que hacer un trabajo consciente para ganar la luz.
   Por eso mismo, hay vidas luminosas y vidas oscuras. Estas son las de aquellas personas que proyectan su luz gris sobre todo y lo envuelven todo en grisura. Todo es negativo para ellas, todo está desprovisto de la alegría del color. Todo tiende a lo oscuro. Pero hay otras que van en la dirección opuesta: tienden a la luz, se admiran del brillo de la vida y quieren que todo tenga ese brillo, se ponen siempre en la perspectiva de quien disfruta del color y del amor, valoran con sensata positividad lo que pasa y lo que nos pasa. Gente de luz.
   Decimos casi con ligereza que la Pascua es la fiesta de la luz, que Cristo es la luz de esa Pascua. Y así lo creemos. Por eso mismo, el tiempo de Pascua podría ser un tiempo bueno para el trabajo de ganar la luz, para hacer más sitio a la luz en nuestra vida, para contagiarnos de luz y para comunicar una mística de luz en nuestro derredor. No se trata de falsas iluminaciones, sino de lograr otra perspectiva de vida, más luminosa, más positiva, más esperanzada.
   Hacemos nuestra aquella oración de iluminación que, con humildad, se canta en las reuniones de Taizé: “En nuestra oscuridad enciende la llama de tu amor, Señor, de tu amor, Señor”.
Fidel Aizpurúa, capuchino 

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