miércoles, 15 de marzo de 2017

¿LAS BÚSQUEDAS DE FELICIDAD Y SENTIDO SE OPONEN?

El otro día me despedía de un fraile diciendo: "¡cuídate!". El me respondió inmediatamente: "¡Cómo qué cuídate! ¡Deséame algo mejor! Estamos todo el día mirándonos al ombligo y necesitamos algo más que cuidarnos".

Esta idea tiene mucho que ver con cómo me aplico personalmente un versículo de la eucaristía de hace unos domingos: "Nadie puede servir a dos señores al mismo tiempo" (Mt 6, 24). Pensando en los señores a los que yo muchas veces sirvo, me daba cuenta que, en el fondo, sigo centrando mi vida en mí mismo, en dar respuesta a mis deseos, inquietudes, necesidades, etc., aunque sean religiosas algunas de ellas. Según el Evangelio eso quiere decir que no sirvo a Dios, es decir que me estoy perdiendo 'el cogollo' de la Vida.

Creo que el sentir cultural dominante que dice que hay que ser felices, que hay que auto-realizarse, nos confunde. Porque identificamos la felicidad con la satisfacción propia, con una vida autorreferenciada, con estar pensando en qué es lo mejor para mí en este momento, e ir tras ello.

¿Pero hay alguna alternativa? ¿Qué más puedo pedir que ser feliz? ¿Eso significa que tengo que buscar ser infeliz? La clave puede estar en descubrir cuál es la razón por la que estoy en el mundo. Como decía el protagonista de la película 'La invención de Hugo': “Por eso pensé que si el mundo entero era una gran máquina [en la que cada pieza tiene una función], yo no podía sobrar, tenía que estar aquí por alguna razón y eso significa que tú también estás aquí por alguna razón”. Es decir, descubrir el sentido de la propia existencia. No el sentido de la vida en general, sino el sentido de mi vida, mi lugar en el mundo.

Lo que tiene más delito es que yo sí he encontrado lo que llena mi existencia. Me doy cuenta que la vida se me ilumina y todo mi interior se inunda de sentido, cuando ayudo a alguien a que se sienta mejor, cuando puedo acompañar el dolor de una persona, cuando soy instrumento para que alguien viva más intensamente. Entonces me siento parte de un todo, como un engranaje que funciona y encaja con el resto de piezas del mundo.

Creo que si busco lo que da sentido a mi vida seré feliz. Pero si busco la felicidad, probablemente esté continuamente buscándome a mí mismo y no sea dichoso, sino un mendigo frustrado de cariño, satisfacción y reconocimiento. Esta paradoja está muy bien expresada en el Evangelio: "el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que entregue su vida por causa de mí, ese la salvará" (Lc 9, 25).
Javi Morala, capuchino

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