domingo, 30 de diciembre de 2018

¿QUÉ FAMILIA?

Hoy es el Día de la familia cristiana. Una fiesta establecida recientemente para que los cristianos celebremos y ahondemos en lo que puede ser un proyecto familiar entendido y vivido desde el espíritu de Jesús.

No basta defender de manera abstracta el valor de la familia. Tampoco es suficiente imaginar la vida familiar según el modelo de la familia de Nazaret, idealizada desde nuestra concepción de la familia tradicional. Seguir a Jesús puede exigir a veces cuestionar y transformar esquemas y costumbres muy arraigados en nosotros.

La familia no es para Jesús algo absoluto e intocable. Más aún. Lo decisivo no es la familia de sangre, sino esa gran familia que hemos de ir construyendo los humanos escuchando el deseo del único Padre de todos. Incluso sus padres lo tendrán que aprender, no sin problemas y conflictos.

Según el relato de Lucas, los padres de Jesús lo buscan acongojados, al descubrir que los ha abandonado sin preocuparse de ellos. ¿Cómo puede actuar así? Su madre se lo reprocha en cuanto lo encuentra: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados». Jesús los sorprende con una respuesta inesperada: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?».

Sus padres «no le comprendieron». Solo ahondando en sus palabras y en su comportamiento de cara a su familia, descubrirán progresivamente que, para Jesús, lo primero es la familia humana: una sociedad más fraterna, justa y solidaria, tal como la quiere Dios.
José Antonio Pagola

sábado, 29 de diciembre de 2018

EJERCICIOS DE RENUNCIA

¿Nos imaginamos a alguien que propugne la renuncia como camino de felicidad? No tendría muchos seguidores en nuestro mundo del bienestar. Sin embargo, nuestra vida está llena de renuncias. Generalmente las vivimos como fatalidad de nuestra limitación, porque no tenemos más remedio. ¿Quién en su sano juicio hace una renuncia si no es para obtener algo más valioso? Renuncio a la comida para mantener el cuerpo en forma; dejo de fumar para llevar una vida más saludable; no gasto todo el dinero que podría para asegurarme un poco el futuro. Y sin embargo, la vida nos da y nos quita salud, poder, lugares, bienes...

Podemos vivir las renuncias como fatalidad o desde la libertad. Ciertamente, se da una fase dolorosa por la pérdida de algo que tenía y ya no tengo (salud, físico, habilidades, posiciones, oportunidades...). Pero también es verdad que me es posible vivirlas desde la libertad; no sólo porque no tenga más remedio, sino porque hago un proceso por el que, al final del cual, asumo la pérdida. Es decir, he sufrido la pérdida pero yo no me he hundido con lo perdido. Esto lo podré elaborar si busco humildemente los fondos que me sostienen en la vida más allá de lo perdido. Estos trabajos siempre cuestan de primeras, pero nos ayudan a vivir con mayor libertad que cuando poseíamos lo ahora perdido.

Más incluso. Podría hacer algún que otro ejercicio de renuncia activa de objetos, lugares, sueños... porque, sabiendo que ya no me sirven o no son posibles o no me convienen quizá, aún los vivo como posesión mía. Quizá tenga que hacer un pequeño proceso de cierto duelo, pero así ejerceré mi libertad ante mí mismo. Estaré pasando a una nueva fase de mi vida sin esas realidades que han estado presentes hasta ahora.

La vida misma y Dios en ella, nos llevará por caminos de renuncia y desapropiación. Podemos vivirlos como fatalidad, pero también como caminos de libertad amorosa, donde lo más valioso no es lo que tengo sino a quién amo y por quién soy amado.

Carta de Asís, diciembre 2018

martes, 25 de diciembre de 2018

¡FELIZ NAVIDAD!


“Si yo hablara con el emperador, le suplicaría que, por amor de Dios y en atención a mis ruegos, firmara un decreto ordenando que ningún hombre capture a las hermanas alondras ni les haga daño alguno; que todas las autoridades de las ciudades y los señores de los castillos y en las villas obligaran a que, en la Navidad del Señor de cada año, los hombres echen trigo y otras semillas por los caminos fuera de las ciudades y castillos, para que, en día de tanta solemnidad, todas las aves y, particularmente las hermanas alondras, tengan qué comer; que, por respeto al Hijo de Dios, a quien tal noche la dichosa Virgen María su Madre lo reclinó en un pesebre entre el asno y el buey, estén obligados todos a dar esa noche a nuestros hermanos bueyes y asnos abundante pienso; y, por último, que en este día de Navidad, todos los pobres sean saciados por los ricos” (San Francisco, Leyenda de Perusa, 14).

domingo, 23 de diciembre de 2018

CREER DE OTRA MANERA

Estamos viviendo unos tiempos en que, cada vez más, el único modo de poder creer de verdad va a ser para muchos aprender a creer de otra manera. Ya J. H. Newman anunció esta situación cuando advertía que una fe pasiva, heredada y no repensada acabaría entre las personas cultas en indiferencia, y entre las personas sencillas en superstición. Son muchas las cosas a pensar con más rigor, pero, tal vez, lo primero es aclarar algunos aspectos esenciales de la fe.

La fe es siempre una experiencia personal. No basta creer en lo que otros nos hablan o predican de Dios. Cada uno sólo cree, en definitiva, lo que de verdad cree en el fondo de su corazón ante Dios, no lo que oye decir a otros. Para creer en Dios es necesario pasar de una fe pasiva, infantil, heredada, a una fe más propia y personal. Ésta es la primera pregunta: ¿Yo creo en Dios, o en aquellos que me hablan de Él?

En la fe no todo es igual. Hay que saber diferenciar lo que es esencial y lo que es accesorio, y, después de veinte siglos, hay mucho de accesorio en el cristianismo actual. La fe del que confía de verdad en Dios está más allá de las palabras, las discusiones morales y las normas eclesiásticas. Lo que define a un cristiano no es el ser virtuoso u observante, sino el vivir confiando en un Dios cercano por el que se siente amado sin condiciones. Ésta puede ser la segunda pregunta: ¿,Confío en Dios o me quedo atrapado en otras cuestiones secundarias?

En la fe lo importante no es afirmar que uno cree en Dios, sino saber en qué Dios cree. Nada es más decisivo que la idea que cada uno se hace de Dios. Si creo en un Dios autoritario y justiciero, terminaré tratando de dominar y juzgar a todos. Si creo en un Dios que es amor y perdón, viviré amando y perdonando. Ésta puede ser la pregunta: ¿En qué Dios creo yo: en un Dios que responde a mis ambiciones e intereses o en el Dios vivo revelado en Jesucristo?

La fe, por otra parte, no es una especie de «capital» que recibimos en el bautismo y del que podemos disponer para el resto de la vida. La fe es una actitud viva que nos mantiene atentos a Dios, abiertos cada día a su misterio de cercanía y de amor a cada ser humano.

María es el mejor modelo de esta fe viva y confiada. La mujer que sabe escuchar a Dios en el fondo de su corazón y vive abierta a sus designios de salvación. Su prima Isabel la alaba con estas palabras memorables: «¡Dichosa tú que has creído!» Dichoso también tú si aprendes a creer. Es lo mejor que te puede suceder en la vida.

José Antonio Pagola

jueves, 20 de diciembre de 2018

VIVIR EL CARISMA FRANCISCANO

VIVIR EL CARISMA FRANCISCANO ES… ser uno mismo. Podemos llegar a pensar, como muchos, que necesitamos convertirnos en una especie de copia al carbón de San Francisco de Asís, en ser un remedo donde copiemos sus gustos, estilos y sus aproximaciones místicas al pie de la letra. Ser franciscano no es entrar en un molde, sino vivir la vocación de ser un mismo bajo guía de los parámetros propuestos por San Francisco, es decir, vivir en fidelidad al santo Evangelio.

Los pasos de San Francisco fueron únicos en primera instancia porque él es único. El nos presenta un camino, pero él no es el camino. El apunta el cómo se puede vivir en observancia del Santo Evangelio, dentro de la Iglesia y reconociendo al único Dios Trino y verdadero. Francisco no nos pide que pongamos atención a su dedo, sino a lo que apunta, que es a Cristo.

En los 800 años de vida del carisma franciscano han habido innumerables testimonios de fe y cada uno tan diferente del otro: La familia franciscana ha estado y está conformada por hombres y mujeres, religiosos y seglares; solteros y casados, jóvenes y ancianos, plebeyos y nobles, mendigos y reyes; intelectuales, científicos y místicos y así todos, en basta diversidad, somos miembros de una misma familia y tan franciscano es el uno como el otro. ¡Qué verdad tan bella!

Vivir el carisma de Francisco es, entre otras cosas más, caminar con nuestros propios pies. Ser uno mismo, pero luchando por ser la mejor versión de uno mismo y poner nuestros talentos personales al servicio de Jesús y su Evangelio para el bien de los demás, en un constante camino de conversión, desde nuestra propia personalidad y libertad.
espirituyvidaofm.wordpress.com 

martes, 18 de diciembre de 2018

NAVIDAD DE DIGNIDAD

Todos sabemos que Francisco de Asís tenía un amor especial por el misterio del nacimiento del Señor. Muchos le atribuyen el honroso título de “fundador de los belenes”, aunque la escena de Greccio no sea propiamente la construcción de un belén, sino la contemplación del misterio de la encarnación pobre de Jesús. Y es que para Francisco el nacimiento del Señor más que un misterio de gozo es un misterio de pobreza: ¿Cómo es que el “rey” pudo elegir la pobreza desde su nacimiento? ¿Cómo la gloria luminosa de Dios puede estar en el fondo de la pobreza? ¿Qué potencial encierra la pobreza humana para entender el hecho de Jesús?

Hay una escena franciscana muy emotiva en 2ª Celano 200 cuando está Francisco celebrando la Navidad con sus hermanos “recordando con lágrimas la penuria que rodeó a aquel día la Virgen pobrecilla”. Cree Francisco que es de pena ver que una mujer que da a luz no tenga el marco adecuado, las ropas para el bebé, la compañía de otras mujeres que ayuden, lo necesario para reconfortar a la parturienta. María no tuvo nada de esas cosas y esa pobreza conmueve a Francisco. Entonces ocurre lo inesperado: un hermano, en la misma línea, recuerda “la falta de todo lo necesario en Cristo”. Recuerda no solo la pobreza de la madre, sino también la del hijo. Y Francisco no aguanta más: “Se levanta al momento de la mesa y, bañado en lágrimas, termina de comer el pan sentado sobre la tierra desnuda”. Es decir, come la comida de Navidad como si fuera una comida penitencial, una comida de cuaresma, como si la pobreza de Jesús se llevara por delante el gozo del nacimiento.

Lo que estremece a Francisco es el nacimiento pobre de Jesús. Él no deja de ver en Jesús al rey que adora; pero la pobreza se pone delante de sus ojos como el misterio que envuelve a Jesús. No es de extrañar que no se cansara de repetir a sus hermanos que “la pobreza es camino especial de salvación” porque fue el camino que utilizó el mismo Jesús.

Bien aprendió esto su fiel discípula santa Clara. Cuando en el cap. II de su Regla anima a sus hermanas a vestir el pobre hábito de la clarisa, dice que lo hagan “por amor del santísimo y amadísimo Niño envuelto en pobrecillos pañales”. La Regla es un documento legal, canónico. Que en un documento así aparezca la expresión “pañales pobrecillos” es insólita. No solamente refleja el carácter femenino de Clara, que entiende mejor que un hombre la angustia de dar a luz y tener que envolver al nacido en ropitas pobres, sino que ha aprendido también lo de Francisco: que la Navidad es, ante todo, misterio de pobreza.

En Navidad se anima a los cristianos a acentuar su solidaridad con lo pobres, cosa que se traduce en una mayor abundancia de limosnas. Y eso está bien. Pero Francisco pediría a sus hermanos y hermanas algo más: hay que contemplar la Navidad como un misterio de honda pobreza, de ocultamiento en la limitación, de valoración de lo humilde. Eso habría de llevar a la certeza del valor de la dignidad de toda persona, singularmente de los empobrecidos porque en ellos hay más riesgo de que se pierda tal perspectiva. Una Navidad para la dignidad. Eso es lo que demanda el espíritu franciscano.

Fidel Aizpurúa, capuchino

domingo, 16 de diciembre de 2018

ASÍ DE CLARO

El amor no es una ideología ligada a algunos movimientos religiosos. El amor es la energía que da verdadera vida a una sociedad. En toda civilización hay fuerzas que generan vida, verdad y justicia, y fuerzas que desencadenan muerte, mentira e indignidad. No es siempre fácil detectarlo, pero en la raíz de todo impulso de vida está siempre el amor.

Por eso, cuando en una sociedad se ahoga el amor, se está ahogando al mismo tiempo la dinámica que lleva al crecimiento humano y a la expansión de la vida. De ahí la importancia de cuidar socialmente el amor y de luchar contra todo aquello que puede destruirlo.

Una forma de matar de raíz el amor es la manipulación de las personas. En la sociedad actual se proclaman en voz alta los derechos de la persona, pero luego los individuos son sacrificados al rendimiento, la utilidad o el desarrollo del bienestar. Se produce entonces lo que H. Marcuse llamaba «la eutanasia de la libertad». Cada vez hay más personas que viven una no-libertad «confortable, cómoda, razonable, democrática». Se vive bien, pero sin conocer la verdadera libertad ni el amor.

Otro riesgo para el amor es el funcionalismo. En la sociedad de la eficacia lo importante no son las personas, sino la función que ejercen. El individuo queda fácilmente reducido a una pieza del engranaje: en el trabajo es un empleado, en el consumo un cliente, en la política un voto, en el hospital un número de cama... En una sociedad así las cosas funcionan, pero las relaciones entre las personas mueren.

Otro modo frecuente de ahogar el amor es la indiferencia. El funcionamiento actual de la sociedad concentra a los individuos en sus propios intereses. Los demás son una «abstracción impersonal». Se publican estudios y estadísticas tras los cuales se oculta el sufrimiento de personas concretas. Apenas se siente nadie responsable. De ello se ha de ocupar el Estado, la Administración, la Sociedad.

¿Qué podemos hacer cada uno? Frente a tantas formas de desamor, el Bautista sugiere una postura clara: «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo». ¿Qué podemos hacer? Sencillamente compartir más lo que tenemos con aquellos que viven en necesidad. Así de simple. Así de claro.

José Antonio Pagola

jueves, 13 de diciembre de 2018

EXPRESIONES DE LA BIBLIA REPULSIVAS

Hay expresiones de la Biblia que, si te detienes un poco en ellas, pueden resultar, por lo menos, chocantes, si no repulsivas. Es lo que me ocurrió el otro día con un versículo de un salmo: “Dios se complace en el pobre”. Había rezado con ese salmo muchas veces, pero esta vez lo leí de otra forma y me extrañó cómo Dios se podía complacer en la pobreza de una persona, cómo podría alegrarse del mal de un ser humano.

Es imposible que el Padre se regocije en la situación de sufrimiento de una persona. ¿Entonces qué quiere decir? Una posibilidad de interpretación puede ser entenderlo como “pobreza espiritual”, y así no nos extrañaría ver a Dios complacerse de la capacidad de acogida, desnudez, humildad y minoridad de una persona.

Pero yo lo relacioné con el Camino de Santiago que hemos realizado este agosto pasado. Hemos vivido una pobreza real por las palizas que suponían 9 ó 10 horas andando, la mochila a cuestas, la comida precaria, dormir en habitaciones de 40 con los ronquidos infernales, etc. Y todos hemos vuelto encantados, y Dios se habrá complacido de vernos en esa pobreza, porque hemos aprendido muchísimo a valorar las cosas que tenemos y sobre todo las personas que están cerca de nosotros y nos quieren. Hemos crecido en capacidad de agradecimiento, en alegría de vivir, en capacidad de disfrutar de cualquier cosa: saborear hasta las comidas más intragables; hacer una oración en un porche estrechísimo bajo la lluvia; una simple ducha que sabe a gloria; un bocata de salchichón a media mañana; una partida de cartas con otros peregrinos; una golosina; un abrazo… En medio de la pobreza ¡HEMOS VIVIDO de verdad!

Javier Morala, capuchino

martes, 11 de diciembre de 2018

SE HA HECHO CAMINO

Iniciado el mes de diciembre la sociedad nos empuja a adelantar la Navidad. Hay una llamada a preparar la Navidad, a darnos prisa para tener todo a punto. Claro que ésta, es una llamada que está orientada desde el punto de vista comercial. Se nos invita a que no nos falte de nada en esos días, en esas fiestas, que están marcadas por un gran acento familiar.

Para quienes somos creyentes, también la Iglesia nos hace una llamada a prepararnos para celebrar la Navidad. Tratamos de prepararnos desde el ritmo que nos marca la liturgia, la Palabra de Dios, sobre todo a través de la experiencia del Pueblo de Israel y de la Comunidad Cristiana escrita en la Biblia. Se nos invita a estar preparados, a velar, a orar, a recorrer todo un camino para acoger a este Dios que es el Dios con nosotros, el Dios en nosotros y el Dios entre nosotros.

Al escribir estas palabras y fijarme en el recorrido final de este trayecto, lo primero que viene a mi memoria es el relato de San Francisco de Asís de cómo quiso vivir la Navidad en Greccio. Esta experiencia es la que popularmente hace que unamos a San Francisco de Asís con la Navidad, que lo consideremos el inventor de los belenes, etc. Pero más que centrarme en ese relato, os recuerdo la experiencia y las palabras de Santa Clara de Asís al decir a sus hermanas que “el Hijo de Dios se ha hecho para nosotras camino”. Esta es la afirmación que os propongo para que reflexionemos sobre ella en este mes.

¿Cómo interpreto yo en mi vida esta frase?
¿Cómo lo concreto?
¿Cuál es el camino que se nos propone?

Quienes tratamos de vivir nuestra vida cristiana desde la experiencia de Francisco, cada día somos más conscientes de que él conoció a Jesús en el Evangelio y descubrió en él el tesoro de la humildad. Francisco optó de manera radical por la minoridad y quiso que sus hermanos se llamaran Hermanos Menores. Tal vez esta palabra “minoridad”, nos suena a otra época y nos cuesta entenderla. Pero también es verdad que, en estos tiempos en los que estamos tan preocupados por la búsqueda de la felicidad, del éxito, por conseguir bienes materiales, es cuando cobra todo su sentido. Elegir el camino del menor, optar por una vida sencilla, ir desapropiándonos de los bienes nos posibilita la libertad del corazón y nos acerca a lo esencial.

Si somos de esas personas que creemos que podemos con todo, que lo sabemos todo, que no necesitamos nada… seguramente creamos que tampoco necesitamos a Dios. Por el contrario, si sentimos que todo lo que tenemos es regalo, don, que somos limitados y pequeños… Dios sale a nuestro encuentro. Su presencia nos permite vivir desde la confianza, podemos acercarnos a los otros y descubrir juntos la confianza, la compasión, la sencillez del corazón y la alegría. Navidad nos permite hacer esta experiencia, pues como afirmó Santa Clara, el Hijo de Dios se ha hecho camino.

Benjamín Echeverría, capuchino

domingo, 9 de diciembre de 2018

ABRIR CAMINOS NUEVOS

En medio de la agitación, el ruido, la información y difusión constante de mensajes, ¿quién escuchará la “voz del desierto”? ¿quién nos hablará de lo esencial? Juan grita mucho. Lo hace porque ve al pueblo dormido y quiere despertarlo, lo ve apagado y quiere encender en su corazón la fe en un Dios salvador. Su grito se encuentra en una llamada: «preparad el camino del Señor». ¿Cómo abrirle caminos a Dios? ¿Cómo hacerle más sitio en nuestra vida?

Búsqueda personal. Para muchos, Dios está hoy encubierto por toda clase de prejuicios, dudas, malos recuerdos de la infancia o experiencias religiosas negativas. ¿Cómo descubrirlo? Lo primero es buscar al Dios vivo, que se nos revela en Jesucristo. Dios se deja encontrar por aquellos que lo buscan.

Atención interior. Para abrir un camino a Dios es necesario descender al fondo de nuestro corazón. Quien no busca a Dios en su interior es difícil que lo encuentre fuera.

Con un corazón sincero. Lo que más nos acerca al misterio de Dios es vivir en la verdad, no engañarnos a nosotros mismos, reconocer nuestros errores. El encuentro con Dios acontece cuando uno siente la necesidad interior.

En actitud confiada. Algunos no terminan de creerse que Dios solo es amor. Despertar la confianza en este amor es empezar a vivir de manera nueva y gozosa con Dios.

Caminos diferentes. Cada uno ha de hacer su propio recorrido. Dios nos acompaña a todos. No abandona a nadie, y menos cuando se encuentra perdido. Dios que conoce hasta el fondo el corazón de cada persona.

José Antonio Pagola

sábado, 8 de diciembre de 2018

MARÍA

Niña con el mundo en el alma.
Sutil, discreta, oyente,
capaz de afrontar riesgos.
Chiquilla de la espera,
que afronta la batalla
y vence al miedo.
Señora del Magníficat,
que canta la grandeza
velada en lo pequeño.
Y ya muy pronto, Madre.
Hogar de las primeras enseñanzas,
discípula del hijo hecho Maestro.
Valiente en la tormenta,
con él crucificada
abriéndote al Misterio.
Refugio de los pobres
que muestran, indefensos,
su desconsuelo
cuando duele la vida,
cuando falta el sustento.
Aún hoy sigues hablando,
atravesando el tiempo
mostrándonos la senda
que torna cada «Hágase»
en un nuevo comienzo.
 José María R. Olaizola, sj

martes, 4 de diciembre de 2018

ANDANDO POR CAMINOS AZAROSOS

No resulta difícil detectar entre los cristianos de base la sensación de que estamos abrumados. Cada día los periódicos nos sacuden con un terremoto que afecta a personas y situaciones muy sensibles de la comunidad cristiana. A la mañana siguiente, una nueva sacudida. No es fácil vivir “como si no”, porque al pasar la página, tienes un nuevo episodio que te deja perplejo.

Va ser verdad aquello de quien dice que la historia de la Iglesia es la historia de sus múltiples naufragios. Pero, ya desde el principio, queremos apelar a la esperanza y viene a la memoria aquel dicho, harto citado, que se atribuye a Séneca: «El buen piloto, aun con la vela rota y desarmado y todo, repara las reliquias de su nave para seguir su ruta».

Gran gesto de resistencia es recoger los despojos para seguir adelante. Pero hay que preguntarse hacia dónde. O, al menos, hay que hacerse a la idea de que es hora de caminos azarosos, de que estamos en medio del temporal, envueltos en la niebla y que es preciso mantener la fe en que, tras ella, el sol brilla con todo su esplendor.

Por eso nos preguntamos si el Adviento, tiempo de ahondamiento, no podría ser entendido como un manual para andar en tiempo de caminos azarosos, para recorrer sin parálisis, sin amargura, sin excusas, sin engaños, el tiempo tumultuoso en el que estamos envueltos. A ver si va a resultar que, como dice la física cuántica, el caos es una fuerza que se autoorganiza, que hay sendas ocultas bajo los nubarrones más oscuros.

Fidel Aizpurúa

domingo, 2 de diciembre de 2018

VIVIR DESPIERTOS

Jesús no se dedicó a explicar una doctrina religiosa para que sus discípulos la aprendieran correctamente y la difundieran luego por todas partes. No era este su objetivo. Él les hablaba de un «acontecimiento» que estaba ya sucediendo: «Dios se está introduciendo en el mundo. Quiere que las cosas cambien. Solo busca que la vida sea más digna y feliz para todos».

Jesús llamaba a esto el «reino de Dios». Hemos de estar muy atentos a su venida. Hemos de vivir despiertos: abrir bien los ojos del corazón; desear ardientemente que el mundo cambie; creer en esta buena noticia que tarda tanto en hacerse realidad plena; cambiar de manera de pensar y de actuar; vivir buscando y acogiendo el «reino de Dios».

No es extraño que, a lo largo del evangelio, escuchemos tantas veces su llamada insistente: «vigilad», «estad atentos a su venida», «vivid despiertos». Es la primera actitud del que se decide a vivir la vida como la vivió Jesús. Lo primero que hemos de cuidar para seguir sus pasos.

«Vivir despiertos» significa no caer en el escepticismo y la indiferencia ante la marcha del mundo. No dejar que nuestro corazón se endurezca. No quedarnos solo en quejas, críticas y condenas. Despertar activamente la esperanza.

«Vivir despiertos» significa vivir de manera más lúcida, sin dejarnos arrastrar por la insensatez que a veces parece invadirlo todo. Atrevemos a ser diferentes. No dejar que se apague en nosotros el deseo de buscar el bien para todos.

«Vivir despiertos» significa vivir con pasión la pequeña aventura de cada día. No desentendernos de quien nos necesita. Seguir haciendo esos «pequeños gestos» que aparentemente no sirven para nada, pero que sostienen la esperanza de las personas y hacen la vida un poco más amable.

«Vivir despiertos» significa despertar nuestra fe. Buscar a Dios en la vida y desde la vida. Intuirlo muy cerca de cada persona. Descubrirlo atrayéndonos a todos hacia la felicidad. Vivir no solo de nuestros pequeños proyectos, sino atentos al proyecto de Dios.

José Antonio Pagola

martes, 27 de noviembre de 2018

CONFIAR DESPUÉS DEL PECADO

Decía san Pablo que no hago el bien que quiero y hago el mal que no quiero. Cuántas veces hemos experimentado esto mismo. A veces con una radicalidad muy honda. Sentimos que hemos fallado o hemos hecho daño a quienes más queremos o a los más pequeños. Comprobamos no solo que no sabemos amar, o que lo hacemos muy torpemente, sino que además somos capaces de hacer mal.

Cuántas veces no hemos acudido a Dios con la mochila de la vida cargada de un peso que no podemos sobrellevar. Acudimos a Él porque sentimos la necesidad de que nos sostenga, nos dé vida. Y de que nos acoja, nos perdone, nos saque del agujero en que nos hemos metido.

Sentimos la necesidad de vernos mirados más allá del mal cometido, para no encerrarnos en nosotros mismos, para no quedarnos dando vueltas a la culpabilidad. Pero para eso, necesitamos que Dios nos libere de una mano más fuerte que nosotros mismos, porque por nosotros mismos no podemos.

Nos sentimos como el publicano que acude al Templo a orar y se queda en el último banco dándose golpes de pecho y pidiendo misericordia a Dios. Nos sentimos como la pecadora que baña los pies del maestro con sus lágrimas. Sentimos y vivimos nuestra fragilidad y necesitamos apoyarnos en su mano. Nos sentimos como ovejas perdidas y le pedimos al pastor que salga a buscarnos para que podamos sentirnos vivos y amados en medio de nuestra fragilidad.

Necesitamos escuchar la voz de Jesús diciéndonos: “No he venido a salvar a los justos sino a los pecadores”.
Carta de Asís, noviembre 2018

jueves, 22 de noviembre de 2018

VIVIR EL CARISMA FRANCISCANO

VIVIR EL CARISMA FRANCISCANO ES… vivir la simplicidad en una realidad donde la complicación y el conflicto son factores que nunca faltan en nuestras relaciones humanas. Pudiendo ser todo tan simple y llano, es común que por nuestras manías y ansiedades, lo compliquemos todo de más.

San Francisco decía qué: «¡Salve, reina sabiduría, el Señor te salve con tu hermana la santa pura simplicidad!» (SalVir 1). Francisco veía que la simplicidad como hermana de la sabiduría. Francisco desconfiaba de esa avidez intelectual de los libros y prefería ver «a sus hermanos apasionados por la pura y santa simplicidad, por la oración y por la Dama Pobreza». Y es verdad, de cierta forma la sed del conocimiento es una forma de centrarse en uno mismo, en hacer que todo se pueda medir y sopesar. Y la vida de la fe, que debe impacta toda nuestra vida, no se puede sintetizar en formulas y axiomas.

Este camino de simplicidad sería defendido por San Francisco en toda su vida. Las biografías cuentan durante un concurrido capítulo, algunos hermanos «sabios y prudentes» intentaron moderar y adaptar las intuiciones del Pobrecillo, y éste exclamó: «Hermanos míos, hermanos míos, Dios me llamó a caminar por la vía de la simplicidad. No quiero que me mencionéis regla alguna, ni la de san Agustín, ni la de san Bernardo, ni la de san Benito. El Señor me dijo que quería hacer de mí un nuevo loco en el mundo, y el Señor no quiso llevarnos por otra sabiduría que ésta» (LP 18).

Vivir el carisma de Francisco es, entre otras cosas más, rechazar reducir la locura del santo Evangelio a nuestro propio gusto, sino acogerlo y vivirlo con fe, «pura y simplemente y sin glosa» (Test 38-39). El Evangelio no es un cúmulo de ideas sino algo que se vive, porque nuestros actos los que nos definen más que nuestros pensamientos, aunque sean muy devotos (cf. 2 Cel 194-195; Adm 7).

espirituyvidaofm.wordpress.com

martes, 20 de noviembre de 2018

LA HERMANA MUERTE

Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la Muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.
¡Ay de aquellos que mueran en pecado mortal!
Bienaventurados aquellos a quienes encontrará en tu santísima voluntad,
pues la muerte segunda no les hará mal. (LP 7).

Si Francisco llama hermana a la muerte, no es porque, ignorando su carácter terrible e inexorable, la idealice falsamente, sino porque la une inseparablemente a la muerte redentora de Cristo y por eso la acepta alegremente de manos del Padre celestial. Está profundamente convencido de que sólo hay que temer la segunda muerte, la muerte que aleja eternamente de Dios a aquel (cf. Ap 2,11) que concluye su vida en estado de muerte espiritual. En cambio, la muerte del justo, que ha fundido su voluntad con la de Dios, se vuelve «puerta de la vida» (2 Cel 217). La muerte y la glorificación de Cristo fueron la luz que iluminó el tránsito de Francisco. Apuntando su mirada, por encima del paso temible y obligado para todos, a la meta gloriosa, canta justamente la ayuda fraterna que le ofrecerá la muerte abriéndole la puerta que conduce a la alegría sin fin. En esta perspectiva, las Alabanzas de las criaturas, incluida la estrofa de la muerte, son un canto eminentemente pascual. Así se explica la alegría que envuelve la muerte de Francisco.

Octaviano Schmucki, capuchino

jueves, 15 de noviembre de 2018

OTOÑO

Caen las hojas y parece que llegaran de lejos,
como si en el cielo se fueran marchitando jardines
muy lejanos;
caen y dicen con sus gestos: no.

Y en la noche cae, pesada, la tierra,
desde todos los astros en la soledad.

Caemos todos. Esa mano cae.
y mira las otras: pasa en todas lo mismo.

y hay Alguien sin embargo que sostiene la caída
con dulzura infinita entre sus manos.

Rainer María Rilke

martes, 13 de noviembre de 2018

UN FILÓN DE MINERAL BRILLANTE

Desde la ventana de nuestra casa me gusta mirar a la gente de la calle. Veo gente humilde que trabaja duramente para sacar a sus familias adelante. Hay pobres que rebuscan en la sobras del mercado de fruta y verdura. Hay personas de mirada transparente que encierran una perla escondida en su corazón. Quiero ver a hombres y mujeres que trabajan para que en el mundo haya más justicia. Hay otros con gesto de sufrimiento. Observo a jóvenes tristes que esperan el autobús envueltos en sus auriculares. También hay madres que cuidan a sus criaturas con ternura y misericordia.

Pero parece que todos ellos, todos nosotros, estamos llamados a la frustración. Un sentimiento de fracaso puede instalarse en nuestro interior porque los parámetros de nuestra vida no coinciden con la belleza, el éxito, la juventud, el erotismo o la riqueza que se han instalado en nuestra cultura como caminos hacia la felicidad.

Algo así también debió encontrarse Jesús de Nazaret y desde aquel montículo cercano al lago de Galilea, miraba a la gente sencilla y también veía pobres, humildes, limpios de corazón, tristes y misericordiosos, trabajadores por la paz y buscadores de justicia. Pero con un viraje de ciento ochenta grados superaba la percepción de fracaso que les invadía y les ofrecía una nueva mirada para sus vidas. No estaban condenados a la frustración sino que les mostraba, en medio de la roca gris, una veta de felicidad que todavía no habían encontrado. Y así les gritaba: “felices los pobres, los tristes, los humildes; felices los misericordiosos, los de limpios corazón o los que trabajan por la paz; y también felices los perseguidos o los que reciben calumnias”.

Y es que ese filón de mineral brillante que esconde la montaña, muchas veces oscura y siniestra de la vida cotidiana, la forman unos componentes un tanto peculiares: mucha humanidad, el consuelo personal del mismo Dios, la herencia de la Tierra, una vida plenificada, misericordia a raudales, una dignidad incuestionable, la contemplación del creador, una confianza básica en la vida y en el futuro de ésta… Todo ello también es susceptible de formar parte de nuestra vida, pero puede estar enterrado debajo del sufrimiento o la tristeza, ocultado por nuestra sencillez, pobreza o los problemas que nos superan. Excavemos para encontrar esa otra veta de felicidad, ese mineral de vida escondido que no nos resuelve ni cambia la vida, pero que nos ayuda a ver la existencia en sus infinitos matices, con toda su riqueza y esperanza.
Javi  Morala, capuchino

jueves, 8 de noviembre de 2018

CARTA DEL SÍNODO DE LOS JOVENES

Octubre ha sido el mes del Sínodo de los jóvenes, donde el Papa y los obispos han escuchado a los jóvenes y en ellos el querer de Dios. Os dejamos la Carta que han escrito los padres sinodales a los jóvenes del mundo.

Nos dirigimos a vosotros, jóvenes del mundo, nosotros como padres sinodales, con una palabra de esperanza, de confianza, de consuelo. En estos días hemos estado reunidos para escuchar la voz de Jesús, “el Cristo eternamente joven” y reconocer en Él vuestras muchas voces, vuestros gritos de alegría, los lamentos, los silencios.

Conocemos vuestras búsquedas interiores, vuestras alegrías y esperanzas, los dolores y las angustias que os inquietan. Deseamos que ahora podáis escuchar una palabra nuestra: queremos ayudaros en vuestras alegrías para que vuestras esperanzas se transformen en ideales. Estamos seguro que estáis dispuestos a entregaros con vuestras ganas de vivir para que vuestros sueños se hagan realidad en vuestra existencia y en la historia humana.

Que nuestras debilidades no os desanimen, que la fragilidad y los pecados no sean la causa de perder vuestra confianza. La Iglesia es vuestra madre, no os abandona y está dispuesta a acompañaros por caminos nuevos, por las alturas donde el viento del Espíritu sopla con más fuerza, haciendo desaparecer las nieblas de la indiferencia, de la superficialidad, del desánimo.

Cuando el mundo, que Dios ha amado tanto hasta darle a su Hijo Jesús, se fija en las cosas, en el éxito inmediato, en el placer y aplasta a los más débiles, vosotros debéis ayudarle a levantar la mirada hacia el amor, la belleza, la verdad, la justicia.

Durante un mes hemos caminado juntamente con algunos de vosotros y con muchos otros unidos por la oración y el afecto. Deseamos continuar ahora el camino en cada lugar de la tierra donde el Señor Jesús nos envía como discípulos misioneros.

La Iglesia y el mundo tienen necesidad urgente de vuestro entusiasmo. Hacéos compañeros de camino de los más débiles, de los pobres, de los heridos por la vida.

Sois el presente, sed el futuro más luminoso.

martes, 6 de noviembre de 2018

NOVIEMBRE: MES DEL RECUERDO

El mes de noviembre nos trae a cada uno de nosotros el recuerdo de nuestros seres queridos difuntos. Comenzamos el mes recordando a Todos los Santos. Al día siguiente la Iglesia nos invita a conmemorar a todos los fieles difuntos. En los primeros días del mes se visita el cementerio para rezar por los seres queridos que nos han dejado.

Me parecen interesantes las palabras y la enseñanza del Papa emérito, Benedicto XVI, quien en una de sus audiencias decía que es como ir a visitarlos para expresarles, una vez más, nuestro afecto, para sentirlos todavía cercanos… El ser humano desde siempre se ha preocupado de sus muertos y ha tratado de darles una especie de segunda vida a través de la atención, el cuidado y el afecto. En cierto sentido, se quiere conservar su experiencia de vida; y, de modo paradójico, precisamente desde las tumbas, ante las cuales se agolpan los recuerdos, descubrimos cómo vivieron, qué amaron, qué temieron, qué esperaron y qué detestaron. Las tumbas son casi un espejo de su mundo…El camino de la muerte, en realidad, es una senda de esperanza; y recorrer nuestros cementerios, así como leer las inscripciones sobre las tumbas, es realizar un camino marcado por la esperanza de eternidad.

La solemnidad de Todos los Santos y la Conmemoración de todos los fieles difuntos nos dicen que solamente quien puede reconocer una gran esperanza en la muerte, puede también vivir una vida a partir de la esperanza. El hombre necesita eternidad, y para él cualquier otra esperanza es demasiado breve, es demasiado limitada. Las personas creyentes sentimos que nuestra vida está unida a Dios, a un Dios que salió de su aislamiento y lejanía y se hizo cercano, entró en nuestra vida y nos dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre» (Jn 11, 25-26).

Sentimos que el amor requiere y pide eternidad, y no se puede aceptar que la muerte lo destruya en un momento. Por eso los cristianos en medio de la muerte seguimos hablando de vida, de vida eterna, de vida plena.

Al ir a los cementerios y rezar con afecto y amor por nuestros difuntos, se nos invita, una vez más, a renovar con valentía y con fuerza nuestra fe en la vida eterna, más aún, a vivir con esta gran esperanza y testimoniarla al mundo. Y precisamente la fe en la vida eterna da al cristiano la valentía de amar aún más intensamente nuestra tierra y de trabajar por construirle un futuro, por darle una esperanza verdadera y firme.

Benjamín Echeverría, capuchino

martes, 30 de octubre de 2018

L@S HERMAN@S MAYORES

Los hermanos, las hermanas mayores nos van enseñando los secretos de la vida. No son maestros porque han estudiado más que nosotros, o porque han tenido más tiempo para aprender. Son aquellos hermanos y hermanas que les ha tocado, por lo que sea, buscar y discernir más, combinando saber y experiencia. Se nota en ellos una vida personal, fidelidad a sí mismos, libertad que no depende de ser aprobados o rechazados, autenticidad, humildad, búsqueda...

Estas personas nos ayudan a vivir desde más adentro y mirando la realidad nuestra y del entorno desde más allá. Notamos que son nuestros hermanos/as mayores en que algo de nosotros por dentro conecta con ellos, aunque no sepamos poner en palabras. Como si al verlos y escucharlos algo en nuestro interior despertara, se clarificara, vibrara al unísono. Percibimos una verdad de vida que nos da más vida, sentido, luz, ánimo... Es como si fueran por delante en la aventura de la vida.

Seguramente ellos/ellas no se den cuenta de todo esto porque ya tienen bastante con vivir atentos y vigilantes a lo que la vida les está deparando. Y si se les dice algo de lo anterior, hasta se extrañarían de lo que se dice de ellos. Tener un hermano, una hermana mayor es una gran suerte porque no nos sentimos huérfanos en nuestro caminar.

Y lo que es una bendición es tener un hermano, una hermana mayor en la fe. Percibir en ellos, con sus luces y sombras, que su vida, su fe no es fruto de su esfuerzo, sino que lo viven como regalo; tienen conciencia de pecadores, pero no quedan anulados por ello; la tienen enraizada en la vida y la alimentan desde dentro; su alimento es el amor discreto, personal, trabajado, sufrido y gozado. Son un don de Dios.

Carta de Asís, octubre 2018

martes, 23 de octubre de 2018

SOPORTAR AL HERMANO FRÁGIL

El mes de octubre nos acerca un año más a San Francisco de Asís pues celebramos su fiesta. Recordamos su vida, su espiritualidad, esa manera de entender la vida y el mundo que trata de animarnos a muchos de nosotros en nuestra manera de afrontar nuestra vida como personas creyentes.

En este tiempo ha venido a mi memoria uno de sus avisos espirituales, una de sus Admoniciones, que habla de la compasión del prójimo. Decía San Francisco: “Dichoso el hombre que soporta a su prójimo según su fragilidad en aquello que querría ser soportado por él, si estuviese en un caso semejante”. (Adm 18)

Vivimos tiempos complicados y de un gran desconcierto. Hay realidades que nos superan, vidas desgarradas, tensiones sociales que parecen no tener solución. Ante las necesidades de tantas personas tenemos el peligro de replegarnos, cerrarnos en nosotros mismos, intentar olvidarnos de los demás. Poco a poco se va generando una sensación de miedo. A nivel político y social se nos alerta de que el modo que tiene nuestra sociedad para afrontar tal desconcierto es a través de los populismos de tintes autoritarios, de políticas que tienden al proteccionismo económico y de remarcar las diferencias sobre los otros. La insistencia en la seguridad en nuestra tierra últimamente se ha convertido en una de las prioridades y preocupaciones para la mayoría de las personas.

San Francisco, en esta frase que os cito, vuelve de manera sencilla a lo que es el mensaje de Jesús expresado en el Evangelio: el amor mutuo y la ayuda que deben brindarse no solo a los cristianos, sino a todas las personas. Él habla de “soportar” y “ser soportado”. Francisco no da a esta palabra, a “soportar”, ninguna connotación negativa. Él nos habla de la gratuidad que ha de haber en las relaciones con las personas, del apoyo y sostenimiento de las mismas. Pues, si estuviéramos nosotros mismos en una situación semejante, también nos gustaría experimentar el apoyo y la ayuda por parte de los demás.

Este consejo de Francisco podemos decir que es de “sentido común”, pero también sabemos que este sentido suele fallar... Si queremos crecer en humanidad, en fraternidad, nuestro horizonte debe estar marcado por la construcción de una sociedad en la que tengamos presente la situación de los que están más abajo y peor lo pasan. Francisco de Asís nos invita a hacernos la siguiente pregunta: ¿Qué es bueno para nuestra vida? Y, estoy convencido de que es bueno para mí aquello que también contribuye a mejorar la vida de la mayoría de las personas.

Benjamín Echeverría, capuchino

jueves, 18 de octubre de 2018

VIVIR EL CARISMA FRANCISCANO

VIVIR EL CARISMA FRANCISCANO ES… correr el riesgo de que nos critiquen y nos persigan. Así pasó con Jesús y siglos después con San Francisco, quienes fueron juzgados, rechazados y no estuvieron exentos de la burla y el maltrato. Porque la persecución es parte del anuncio del Evangelio.

No ha existido ningún santo al cual las cosas le hayan salido perfectas, como en un guión de película. El heroísmo en Cristo, no se entiende como los son los héroes del mundo, que son atractivos, grandes y poderosos, sino desde el heroísmo de la cruz y nadie de nosotros es más que el maestro (Cf. Lc 6, 40).

Como personas, no podemos negar que se nos antoja ser los mejores en todo y que los que nos rodean sean como nuestro particular club de fans. Pero no. Observar el Evangelio, es la primera prerrogativa del alma franciscana, y es por tanto optar por el camino estrecho.

Vivir el carisma de Francisco es, entre otras cosas más, tomarse la fe en serio, muy en serio, aunque esto conlleve la burla, la crítica y las persecuciones… pero no desde el pesimismo y la tristeza, sino desde la alegría, la esperanza y la paz.

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martes, 16 de octubre de 2018

NOSTALGIA DE FRANCISCO

Hoy tengo nostalgia de Francisco.

Miro la Iglesia, tan llena de cosas esperanzadoras y, a la vez, tan desbordada de corrupción, de enfrentamientos fraternos, de trincheras… y añoro a Francisco.

Aquel hombre pequeño amó profundamente a la Iglesia y, aún en su rebeldía, fue fiel y nunca pronunció una palabra de reproche, aunque el celo lo consumiera por dentro.

Cada vez más a menudo me asalta la desesperanza. El silencio de Dios, su aparente ausencia de este mundo y, tantas veces, de su Iglesia me hacen ver todo oscuro. Y es entonces cuando Francisco enciende mi esperanza.

Francisco de Asís es, más allá de todo, el hombre que evidencia que es posible seguir a Cristo, pobre y crucificado. El hombre que nos muestra que se puede vivir sin tener y ser feliz. Que se puede renovar la Iglesia, que se puede reconstruir la Iglesia, sin necesidad de atrincherarse en tradiciones, ideologías, dogmas o ritos.

Francisco vivió el Evangelio, sin glosa, sin interpretarlo, al pie de la letra y con eso, simplemente, cambió la sociedad de su tiempo y la Iglesia que amenazaba ruina.

Cuando miro al mundo y la Iglesia de hoy, insisto, con sus grandes luces y sombras, tengo nostalgia de Francisco… o de uno que, como él, nos muestre el Camino, pobre, descalzo y junto a los marginados.
Gabriel López Santamaría

jueves, 11 de octubre de 2018

VIVIR EL CARISMA FRANCISCANO

VIVIR EL CARISMA FRANCISCANO ES… encontrar inspiración en el hermano Francisco de Asís, para que como él, podamos responder al llamado cotidiano de vivir una relación profunda y radical con el Sumo Dios Vivo y Verdadero.

La oración debe ser nuestro alimento cotidiano. Y así junto a los hermanos frailes, clarisas y seglares, también podamos asumir rutinas piadosas y vida litúrgica para que se conviertan en hábitos y que nos vayan fortaleciendo en nuestra voluntad, haciéndonos cristianos cada vez más disciplinados y ordenados. Sin que nadie nos lo pida, porque no hay mayor libertad que la disciplina auto impuesta. Así, como con los atletas de algún deporte que se ejercitan, porque el Reino de los Cielos no es cosa de flojos. Y verdaderamente el premio del Cielo es más grande que cualquier premio o trofeo del mundo.

Vivir el carisma de Francisco es, entre otras cosas más, construir una relación de intimidad con Jesucristo. Romper la falsa barrera que nos hace pensar que Dios es pasivo, lejano y frío, sino dar el salto de fe que nos lleve a una experiencia de comunión con Él. La fidelidad en el amor con Dios es un aspecto fundamental de la espiritualidad franciscana. Es con nuestra vida, con todo lo bueno que tenemos y somos, aún y con todas nuestras fragilidades, igual con todos nuestros actos y trabajos, es como los franciscanos y franciscanas mostramos nuestra filiación de amor con Dios, uno y trino.

espirituyvidaofm.wordpress.com

martes, 9 de octubre de 2018

UNA DE BLABLACAR

Últimamente estoy utilizando para viajar empresas como Amovens o BlaBlaCar que facilitan compartir gastos y encontrar alternativas a las posibilidades que ofrece el transporte público. La última vez viajé con una chica encantadora: dispuesta a favorecer el viaje, cercana en el trato, con una conversación muy interesante sobre nutrición y otros temas, cuestionándose muchas de nuestras formas de vida. Se mostró como una persona inquieta, que reflexiona y que no se conforma con lo que la sociedad nos propone.

Me sorprendió la riqueza interior de esta chica porque no era una persona elegida, sino que era la que me había tocado por casualidad. Lo que me confirmaba algo que me había dicho muchas veces a mí mismo: que en toda persona se esconde una riqueza inmensa. Podamos captarlo o no, todo ser humano tiene una perla interior, una valía incalculable.

¿Y qué tienen este tipo de espacios que hacen que aparezca lo mejor de la persona y no esa otra parte más oscura que también todos tenemos? Creo que es la actitud de disponibilidad, de flexibilidad, de acogida a la otra persona: es una especie de predisposición a la cercanía, a la amabilidad, a la generosidad.

Sin querer coger esta situación por los pelos, creo que esta predisposición de generosidad genera Reino de Dios, y a la inversa: el Reino de Dios provoca estas actitudes de cercanía y bondad. Creo que el Reino suscita el cariño, el amor. Es que, este mundo es mucho más hermoso cuando se generan espacios, aunque sean mínimos, de cuidado mutuo, de preocupación por el otro, de amparo, de fraternidad. Por eso, aunque la chica de BlaBlaCar no lo supiera, estaba consiguiendo que, nada más y nada menos, el mismo Reino de Dios se hiciera presente en ese viaje. ¡Muchas gracias maja!

Javi Morala, capuchino

jueves, 4 de octubre de 2018

DÍA DE SAN FRANCISCO

Francisco supo descubrir el lado oculto de las cosas, supo escuchar la música sencilla que el ruido no deja oír, supo sentir los latidos del corazón del mundo que están debajo de la piel, en el fondo de las cosas. Supo dar la vuelta a las cosas, mirarlas con otros ojos, amarlas sin necesidad de poseerlas.

Él solía decir que no haríamos nada con cantar las glorias de los santos si nosotros, de alguna manera, no los imitábamos. Por eso, la fiesta de san Francisco nos ha de llevar a dar la vuelta a las cosas, a leerlas con otros ojos, a descubrir con compasión emocionada el valor de la persona que camina conmigo.

¡Feliz día!

martes, 2 de octubre de 2018

DALE LA VUELTA

En la película Francesco de Michele Soavi hay una escena simpática que se repite varias veces: Francisco y Clara, de niños, juegan en un prado de Asís. Y, de repente, el niño Francisco se pone boca abajo y le dice a la niña su gran descubrimiento: “Es el cielo el que aguanta la tierra”.

Es que Francisco fue uno que dio la vuelta a las cosas, que las miró con otros ojos, desde otra perspectiva. No se puso en el lugar en el que nos ponemos todos y desde donde valoramos y juzgamos todos. Él encontró otro lugar, otra manera de mirar a las personas y a la creación. Y eso le llevó a un descubrimiento genial: encontró que toda la realidad era hermana. Y desde esa “vuelta” construyó toda su vida. Y, aunque tuvo momentos malos, el conjunto fue fenomenal, disfrutante, humano, deslumbrante.

Quizá sea necesaria una cierta dosis de ingenuidad, un valor que se valora poco, pero que puede dar muy buenos resultados. Ser ingenuo no es ser tonto. Es tener controlada la malicia, no ir siempre con el colmillo retorcido ni creer que el otro siempre me va a dar una puñalada. Es no descreer de la bondad del corazón del otro. Se trata de mantener una cierta inocencia, una capacidad de admiración que guarda un ¡oh! en la recámara para sacarlo en los mejores momentos.

Resulta sorprendente que algunos físicos cuánticos hablen de que, para entender los intrincados postulados de tal física, hay que seguir manteniendo vivo el niño que llevamos dentro. Quizá eso sea lo que les hace pensar e imaginar el cosmos desde una perspectiva tan diversa a la de la física convencional. Ese dar la vuelta a la desconfianza recibida es la que les abre a mundos que nos maravillan.

No creamos que estemos descubriendo la pólvora. Hace ya muchos años, el viejo san Pablo decía a sus amigos de Roma: “Dejaos renovar por la transformación de la mente”. Una mente transformada es una mente que sabe dar vuelta a las cosas, que se asoma a ventanas nuevas desde las que se ven paisajes distintos.

Por eso mismo, no temas cambiar, porque cambiar es síntoma de vida, siempre que permanezca lo esencial, lo único: el amor. No temas a las novedades, siempre que lo nuevo sea un espolear el corazón para abrirse a los huertos cerrados del corazón del otro. No te conformes con lo que se te da, trabájalo por tu cuenta para descubrir esa senda de vida que te aproxima a la dicha.

Hace unos años en el palacio de los deportes de Madrid el cantante Álvaro Fraile cantaba aquella canción “Dale la vuelta al orden, dale la vuelta”, porque, decía, siempre está junto al poderoso el débil y el pobre que reclaman justicia. Puede parecer excesivo, pero es cuestión de ir haciéndolo, poco a poco.

Por eso, además de “Dale vuelta”, habría que decir “Date la vuelta” a ti mismo, a tu manera de pensar, de entender la vida, de entender la fe, de mirar el mundo. Míralo todo con esos ojos de dentro que descubren mundos nuevos en los pequeños y cansinos caminos de cada día.
Fidel Aizpurúa

miércoles, 26 de septiembre de 2018

EL DESPRENDIMIENTO

Es curioso el sentido de propiedad que vivimos en nuestra cultura occidental. Casi todo tiene algún propietario: tierras, cosas, inventos, ideas... Más incluso: se llega hasta la apropiación de la persona. Hemos convertido el mundo en propiedad de alguien. Este modo de pensar y vivir convierte todo en objeto de compraventa.

En el camino hemos perdido ciertas maneras de ver y de vivir importantes para una vida auténticamente humana: las cosas comunes, la comunicación de bienes y servicios, la comunión de vida... El afán de apropiación nos deshumaniza, nos vuelve competidores, compradores y vendedores de todo, mercantilizando hasta lo más sagrado. Y nuestra vida se resiente en lo más profundo porque cosificamos y destruimos lo que nunca ha sido de nadie: la vida y todo lo que hay en ella.

Ante esto van apareciendo voces que nos invitan a la desapropiación, a mirar y dejarnos mirar más desde la gratuidad, a acoger todo como don. Lo más maravilloso de lo que somos y vivimos no es logro sino regalo, comenzando por las condiciones básicas para la vida: el aire, la naturaleza, este planeta... Pero los mejores regalos de la vida son las personas, gracias a las cuales somos. En este sentido, estamos asistiendo a una recuperación de la sensibilidad por una vida no basada en la propiedad sino en la solidaridad. Ahí están los movimientos por el decrecimiento, la vida sencilla y austera para vivir mejor (“con menos vives más”), etc. No se propone una vida angelical, comer sin trabajar, dar sin recibir, etc.; no. Es comenzar a vivir poniendo freno al afán de apropiación tan inserto en nuestra cultura occidental. Es dar cabida a otros modos más humanos y proporcionales a la realidad de este planeta y de esta humanidad.

El Evangelio es la mayor proclamación de la gratuidad de la vida. Vivir requiere esfuerzo pero no se convierte en propiedad privada. El que más ha dado gratis, el más desapropiado es Dios mismo que se nos ha dado todo él en Jesús. Y el que más nos hace vivir es Dios mismo que “hace salir el sol sobre buenos y malos...”.

Carta de Asís, septiembre 2018

miércoles, 19 de septiembre de 2018

SER TODISTA

A menudo nos encontramos con nuevas palabras que incorporamos a nuestro lenguaje. Eso es lo que me ha pasado a mí con la palabra “todista”. He tenido que mirar en distintos lugares para ver qué es lo que significa, pues no aparece en el diccionario. Os ofrezco mi “descubrimiento” a modo de reflexión.

Parece ser que se utiliza esta palabra con cierto matiz negativo refiriéndose a las empresas o profesionales que quieren abarcar muchas áreas y no están especializados en nada. Por otro lado, de manera coloquial, se aplica a la persona que lo quiere todo. Me centro en esta segunda acepción.

El mundo de la publicidad y del consumo se encargan de recordarnos que no tenemos por qué renunciar a nada, que podemos tenerlo todo, que tenemos que tenerlo todo, que no podemos no tenerlo todo. Así ese “Todo”, se convierte en una forma de ser. Por eso se nos anima a ser “Todista”. Es el signo de los tiempos. Se nos quiere hacer creer que un todista lo puede tener todo, libertad y seguridad, lo real y lo posible, lo limitado y lo ilimitado.

Sin embargo, las contradicciones forman parte de nuestra vida. Nos encontramos con personas que parece que lo tienen todo, jóvenes y mayores, pero sienten que su vida no es del todo completa. Escuchamos también las quejas de los padres y madres hacia sus hijos, resumidas en una frase: “Pero si se lo he dado todo…” Las generaciones mayores, que han vivido toda clase de privaciones y necesidades, al mirar a las jóvenes sienten que éstas han tenido de todo. Sin embargo, hay personas a las que parece que siempre les falta algo porque todo les parece poco.

No es fácil salir de esa espiral del tenerlo y quererlo todo. Como decía Eric From: “el hombre puede ser un esclavo sin cadenas”. De hecho, ese afán de poseerlo todo nos muestra que interiormente estamos atados a un montón de caprichos y de falsas ilusiones. Creemos que vivimos en la sociedad más libre, con más posibilidades que nunca, etc. y sin embargo nos cuesta cada día más pararnos un poco a reflexionar y a replantearnos nuestra forma de vida.

Nuestra gran equivocación es creer que nos basta con un poco más de bienestar, un poco más de dinero, de salud, de suerte, de seguridad… Todo esto es importante. Pero nos equivocamos si luchamos por tenerlo todo. Todo menos Dios.

Benjamín Echeverría, capuchino

jueves, 13 de septiembre de 2018

CAMPAMENTO JUFRACHEF

Como viene siendo habitual, cada mes de agosto, tuvo lugar el campamento de las Juventudes Franciscanas de Totana. El lugar, como no podía ser de otra manera, fue el Aula de Naturaleza de las Alquerías, situado en el Parque Regional de Sierra Espuña.

Se desarrollaron dos tandas de campamentos: el de pequeños, con niños desde los 8 a 12 años, se llevó a cabo del día 6 al 9 de Agosto; mientras que el de los grandes, preparado para adolescentes de entre 14 y 17 años, fue del 10 al 16 de Agosto. En ambos campamentos, la temática fue “Jufrachef”, por lo que las diversas actividades estuvieron enfocadas al mundo culinario.

Los pequeños, que fueron los primeros en llegar, participaron en juegos y gymkanas, como un pasapalabra culinario, y elaboraron el regalo del amigo invisible, un tarro de sal con colores y un marco de fotos, en talleres. También se realizó una marcha para que los pequeños conocieran el entorno, y hubo tiempo para la reflexión en las dinámicas (las cuales realizaban separados en grupos) y en la oración de la tarde y la mañana. Los propios acampados también se encargaban de mantener limpio el recinto, ya que realizaban diariamente las tareas por grupos: limpieza de la comida, cena, duchas y aseos, y recogida de basura.

Como no podía ser de otra manera, en Jufrachef, los acampados también se adentraron en el mundo de la cocina y realizaron un delicioso postre por grupo, que posteriormente presentarían ante un jurado en una gala en la que se entregarían los galardones “Estrella Michelin”.

Por último, los acampados realizaron en grupo una evaluación del campamento, se realizaron la limpieza de cabañas y la despedida del campamento, con la entrega del regalo del amigo invisible, y pusieron fin al primero de los campamentos.

El día 12 les llegaba el turno a los “mayores”, que, al igual que los pequeños, realizaron diversas actividades. La gran novedad fue la excursión realizada a la Granja Escuela del Collado, en Mazarrón. Allí, los acampados cocinaron un trozo de pan personalizado, con la forma que ellos quisieron, y también se bañaron en la piscina del complejo. También, como novedad, el taller consistió en realizar una camiseta con un dibujo personalizado, el cual realizaban con virutas de plastidercor, para su amigo invisible.

El último día del campamento, marcado por la gran tormenta que precipitó sobre las Alquerías, puso fin a 11 días de diversión y buen ambiente entre monitores, premonitores, cocineras y acampados de ambas tandas. Sin duda, pusimos ese sabor a la vida tan necesario, que nos acompañará durante todo el año en nuestra rutina, y que mantendremos los sábados reunidos en JUFRA.
Alberto Heredia, Jufra de Totana 

martes, 11 de septiembre de 2018

EL CAMINO DE SANTIAGO POR LA COSTA

Una de las cosas que aprendí en el Camino de Santiago es que es, en los momentos más complicados en los que la gente une sus fuerzas para superar un obstáculo.

Fue ahí cuando nos encontramos dieciocho personas, algunos completos desconocidos, otros, en cambio, amigos de la infancia, de diferentes edades, con distintas inquietudes y de diversos puntos de la geografía española con un mismo reto: superar los próximos 300 kilómetros y llegar a la Catedral de Santiago de Compostela.

Llegamos un miércoles por la tarde a un pequeño albergue después de casi un día entero viajando. Ya que desconocíamos cual iba a ser la dinámica de las próximas dos semanas, el tiempo que nos quedaba hasta la cena lo empleamos para organizarnos e intercambiar las primeras palabras con quienes iban a ser nuestros compañeros peregrinos.

Durante los siguientes doce días nos levantamos más pronto que tarde -entre las cinco y media y las seis- y al mismo tiempo que el sol salía por el horizonte, nosotros ya estábamos dando nuestros primeros pasos. A lo largo de la mañana no solo hablábamos o compartíamos cacahuetes y chocolate, también teníamos momentos de reflexión individual mediante la denominada “hilera”, en la que se nos planteaba una cuestión, una idea, y siguiendo la fila india que marcaba el grupo, cada uno intentaba obtener alguna conclusión acerca del tema. Había días en los que nuestra respuesta era clara y concisa, habíamos pensado en el tema anteriormente y no se nos hacía desconocido. Otros días, en cambio, era imposible concentrarse, buscar respuesta o incluso recordar la pregunta planeada. Para poner orden a nuestras ideas, durante la tarde buscábamos un pequeño momento en el que nos reuníamos todos con el fin de compartir nuestros pensamientos, vivencias e incluso diferentes dudas que nos surgían a partir de la dada.

Conforme pasaban los días crecían nuestros lazos y el sentimiento de grupo. Esto nos llevó no solo a compartir comidas, pasta de dientes y cervezas, si no a descubrir las personas con las que pasábamos andando ocho horas. Descubrimos las historias de cada uno de nosotros, desde los mejores momentos vividos hasta nuestros peores secretos. Forjamos nuevas amistades y fortalecimos aquellas que ya teníamos.

Por otra parte, estoy orgullosa de poder decir que no solo recorrimos kilómetros, también conocimos los pueblos donde nos alojábamos, hablamos con su gente y probamos la gastronomía típica; llevándonos con nosotros un poquito de ahí donde habíamos estado.

A su vez, conocimos a lo largo del camino a otros peregrinos con los que intercambiamos experiencias de las etapas e intereses de nuestra vida cotidiana.

A pesar de que todo el camino fue una experiencia renovadora, el momento más emocionante fue la llegada a Santiago. El último albergue en el que nos alojábamos estaba a tan solo cuatro kilómetros de nuestro destino por lo que la última etapa fue un paseo en comparación al resto de días. Nos levantamos pronto, el cansancio acumulado se notaba en nuestras pisadas, sin embargo, nuestras expresiones eran cuanto menos nerviosas, llenas de alegría. No tardamos más de una hora en llegar a nuestro destino. Era un día lluvioso, y aunque el agua no calaba, todas las aceras resbalaban, lo que hizo que una peregrina que iba delante de nosotros se cayese. En ese desafortunado tropiezo se rompió la rodilla, justo a escasos metros de completar su larga peregrinación. Este incidente nos marcó a todos y nos hizo ver que, si alguno no llegase al destino, una parte de nosotros tampoco llegaría, éramos un grupo.

Después de trescientos kilómetros, con los sentimientos a flor de piel y cogidos de la mano, pasamos por el arco que llevaba finalmente a la plaza del Obradoiro. Ya no dolían las ampollas ni las rodillas. El cansancio se había vuelto insignificante. Frente a nosotros se hallaba la fachada de la Catedral de Santiago y a pesar de estar mojada y el cielo gris, la situación nos inundó de felicidad y satisfacción.
No puedo explicar con palabras el sentimiento que esto produce, supongo que para cada persona es diferente y tienes que descubrirlo; pero puedo asegurarte que es, cuanto menos, gratificante.
Irene Cobo, Jufra de Zaragoza

jueves, 6 de septiembre de 2018

LA RESACA DE LAS VACACIONES

Algo que intento que no falte en mis vacaciones de verano es una travesía por Pirineos. Este año hemos caminado siguiendo un tramo de la GR-10 (la transpirenaica francesa), en la zona de Béarn. Muchas de las veces que volvía la mirada para tomar aire, en medio de una subida de varias horas, me encontraba con un valle de montaña verdísimo, de mucha altura e inclinación, con unas paredes casi verticales que, mezcladas con la roca, despertaban en mí asombro y admiración. Además, no era sólo ese valle, sino que estaba superpuesto a varios más, con un horizonte de cumbres rocosas como telón de fondo. El conjunto era sorprendente, bellísimo y me acercaba a lo que tiene el mundo de infinito, de inconmensurable, de trascendente, de mágico, de Dios.

Y, de alguna forma, también me reconcilia con la vida porque me surge decir algo parecido a esto: “¡Qué bello es el mundo!”. Me podréis responder diciendo que en el mundo hay también muchas realidades espeluznantes, horribles. Es verdad, pero creo que la belleza, es anterior, es primera, es más básica y esencial al mundo que lo repugnante de este. Es algo muy parecido a lo que expresa Josep María Esquirol en su libro La penúltima bondad: “a pesar de que el mal es muy radical, el bien aún lo es más; el mundo humano se sostiene por la bondad”.
Javi Morala, capuchino

martes, 4 de septiembre de 2018

VIVIR EL CARISMA FRANCISCANO: FRATERNIDAD

VIVIR EL CARISMA FRANCISCANO ES… caminar en fraternidad, tratar como hermanos tanto a propios y como a extraños. Desechar la idea de vernos tanto el ombligo y mejor tratar de ver más a los ojos de los que están a nuestro lado.

Seguir el Santo Evangelio evitando caminos solitarios, aprendiendo a compartir, a respetar, a tolerar, a perdonar, a echarnos la mano y amarnos aunque cueste mucho e incluso parezca absurdo para los demás, porque así con esa transparencia amaba nuestro maestro Jesús.

Vivir el carisma de Francisco es, entre otras cosas más, optar por la unidad aunque muchos quieran o les convenga dividirnos. Ser un solo rebaño, en fraternidad, con el corazón vuelto al Señor para anunciar al mundo, con la vida y la palabra, que sólo él es grande, altísimo y todo poderoso, pero al mismo tiempo íntimo, cercano y todo cariñoso.

espirituyvidaofm.wordpress.com

miércoles, 29 de agosto de 2018

¿QUIÉN SOMOS?

Esta es una pregunta que nos hacemos continuamente: “¿Quién soy yo?” Y no nos resulta fácil responder. Tenemos tantas facetas, tenemos tantos ángulos desde los que mirarnos, que no nos es fácil una mirada de conjunto o una mirada que nos haga de guía para encajar todas las piezas que nos conforman.

Pero vamos a hacer un pequeño intento de colocarnos ante el espejo, pero ante el espejo de Dios. Porque somos lo que somos a los ojos de Dios. Por tanto, somos como Dios nos ve. Y para ello, nos vamos a servir de Pedro.

Cuando Jesús pregunta a Pedro “¿Me amas?” no ignora nada de Pedro. Pedro podría mirarse al espejo y decir: “soy un hombre capaz, soy padre de familia, pescador, y además con liderazgo. Soy hombre de una pieza, que me lo juego todo a una carta. Soy un hombre de fe, que ha creído en Jesús y lo he seguido dejándolo todo.” Y es verdad, o casi. También podría añadir: “soy un creído, un falso y un traidor. He estado tentado por la grandeza, por querer ocupar el primer puesto al lado de Jesús, me he peleado con mis compañeros, y he acabado traicionando al hombre que más he querido en este mundo”. Y esto también es verdad. Pero tampoco toda la verdad ni mucho menos.

Porque la verdad de Pedro es que ha sido elegido por Jesús, ha sido estimado y estimulado por Jesús, ha sido reprendido por Jesús, ha sido mirado por Jesús en su negación, ha sido llamado por Jesús para confesar su amor y su tarea.

La verdad de Pedro es Jesús. Cada vez que, en vez de mirar a Jesús, se ha mirado a sí mismo, se ha hundido, o se ha visto envuelto en su soberbia. Y la verdad de Pedro es Jesús, porque lo ha amado incluso en el pecado. Lo ha amado hasta dar la vida por él. ¿Qué importan todos los análisis que hacíamos comparados con esto?

Solo cuando nos miramos a la luz del amor de Dios sabemos quién somos.

Carta de Asís, agosto 2018


miércoles, 15 de agosto de 2018

EL ANHELO DE UNA VIDA PLENA

Resulta casi imposible encontrar términos alternativos a los ya consagrados, desde siglos, por el vocabulario religioso. Uno de ellos es el término “santidad”. Si abrimos cualquier diccionario bíblico ahí está expresada con exactitud toda la espiritualidad en torno a la santidad religiosa. Cambiar eso resulta casi imposible.

Y ¿por qué cambiarlo? Porque el encasillamiento del tema lo ha alejado tanto de la vida real de los creyentes, que hoy un término como el de “santidad” resulta irrelevante para ellos y no sube una pulsación el interior de la mayoría de quienes nos decimos cristianos.

El Papa Francisco ha hecho un esfuerzo gigantesco en la exhortación “Gaudete et exultate” por aproximar a la cotidianeidad del seguir de Jesús ese tema de la santidad. Pero no logra romper el “maleficio” del término y nos tememos que un documento, tan hermoso y tan bien intencionado, quede en nada en relación con la vida de los creyentes de a pie.

¿Existe la posibilidad de dar con otra expresión alternativa que lleve a una orientación espiritual distinta a la tradicional de la “santidad”? ¿Podríamos intentarlo con la expresión “vida plena”?

La primera objeción a una “traducción” tal, brotaría de quien piensa, y piensa bien, que aspirar a una vida plena en esta historia nuestra mezclada irremediablemente a la limitación, a la gran limitación a veces, es no solo una imposibilidad sino una ironía inaceptable para quien aguanta pesos enormes.

Por eso mismo, habrá que entender tal aspiración de una manera dinámica: la vida plena es un horizonte, un anhelo, una luz, a la que se puede tender desde el punto, por muy oscuro que sea, en el que uno se encuentra. Es, ciertamente, una aspiración, pero es también un dinamismo, una fuerza que anida en los últimos pliegues del alma.

Los trabajos que se hagan, sobre todo, para que al frágil le sea “soñable” la posibilidad de una vida más plena, son trabajos de honda humanidad y de honda fe. No nos parece que sean trabajos ingenuamente soñados, de total imposibilidad. La vida de cada día muestra que esos trabajos tejen la alfombra de la dicha que logra contraponerse al inevitable telar que elabora la muerte.

Además, el anhelo de la vida plena se hace compatible con el cosmos en expansión, termine este en plenitud o no, ya que el concepto mismo de plenitud puede que sea ajeno a la realidad del cosmos. Pero es compatible en su devenir, porque la expansión cósmica puede ser leída sin finalidad, pero puede entenderse como un grito de proporciones vedadas a nosotros que apunta a plenitudes cósmicas, sean estas las que sean.

Y además, para terminar, se adecúa al pequeño camino diario, a un kilómetro de la propia casa, que quiere hacer ver que lo pleno no es un espejismo, sino un anhelo de curso legal, un algo inerradicable del “arcaico corazón” del que nos habló B. Atxaga.

Fidel Aizpurúa, capuchino

miércoles, 8 de agosto de 2018

ELOGIO DE LA AMABILIDAD (O EN QUÉ MOMENTO PERDIMOS LA CORTESÍA) 2ª PARTE

La vuelta a la afectividad tras la crisis

La crisis económica que detonó en 2008 cambió el sentido del estudio de Elzo y Silvestre, al punto que en 2014, dentro del Informe sobre exclusión y desarrollo social en España de la Fundación Foessa (Fomento de Estudios Sociales y de Sociología Aplicada) redefinía el estado del individualismo placentero y protegido como individualismo no placentero y desprotegido. Este nuevo estudio recoge que el 52% de la población sentía que había descendido de clase social económica durante la crisis.

Ante el fallo del Estado del Bienestar se estableció un discurso de la queja, de la protesta, que de alguna forma renovó la confianza en las personas. La amabilidad, entendida como la afectividad entre iguales, regresó cuando nos sentimos individuos, sí, pero desprotegidos, cuando empatizamos de nuevo con los problemas colectivos. Movimientos como el 15-M, o el posicionamiento del feminismo como valor en las sucesivas manifestaciones del 8 de marzo o ante la sentencia del caso de La Manada muestran que la afectividad, que la amabilidad, permanece. De no existir sería imposible que hubieran surgido lemas como "yo te creo, hermana".

"Vivimos en sociedades de individuos, pero con una fuerte implicación afectiva", subraya José Antonio Santiago, que apostilla: "El problema es cómo canalizarlos en acciones colectivas". Para el profesor de Sociología estamos lejos de ser "una sociedad atomizada", y pone como ejemplo la actitud ante los mayores en situación de dependencia: "Todo lo que tiene que ver con los cuidados todavía es una cuestión que se vive muy de puertas para adentro", en un núcleo de afecto y amabilidad. Es la consecuencia, explica, de que el Estado del Bienestar español se nutra del modelo de familia mediterráneo. Del clan, dicho en lenguaje plano.

Del individualismo a la singularidad

La pérdida de la sociedad cortés, amable en las muchas situaciones sociales de ocio o de obligación compartidas, y la defensa del individualismo no son el punto final de nuestra relación con los demás. El sociólogo francés Danilo Martuccelli defiende la existencia de una sociedad singularista, que sostiene que las singularidades del individuo le distinguen ante la idea de que nuestras vidas están estandarizadas y que con una vida social más compleja es más difícil encontrarnos con iguales. Dicho de otro modo: por estadística, una persona con una afición muy concreta —coleccionar sellos prusianos del XIX, por ejemplo— difícilmente encontrará en su entorno próximo individuos que compartan su afición, pero se aferrará a esa particularidad, a esa singularidad, como factor diferencial del resto.

La de Martuccelli es una idea que comparte Santiago, que pone como ejemplo los objetos de consumo: cada vez son más singulares. "Pensemos en la música: antes, cuando querías escuchar una canción tenías que comprarte el disco, todo el disco. Ahora, creas tu propia lista, canción a canción en Spotify, y la compartes, sin necesidad de comprar el disco". Sucede lo mismo con determinada alimentación. El chocolate ya no es solo chocolate: hay diferentes tipos, tamaños, mezclas y texturas para atender, precisamente, a las demandas singulares.

"La vida social —prosigue el profesor Santiago— lleva consigo este proceso de singularización, que es paralelo al de estandarización. Estamos rodeados de singularidades que dificultan encontrarse con iguales en la misma situación que uno. Contrariamente, para los obreros de fábrica del XIX era fácil encontrarse entre sí: compartían sueldos, trabajo, horarios y procedencia". Y es precisamente en el XIX cuando emergen los movimientos sociales de corte obrero. En el siglo XXI, al reducirse esas tareas colectivas y extenderse las individuales y, posteriormente, las singulares, es más complejo empatizar con situaciones ajenas y ser amables. Y en consecuencia se multiplica la actitud de ver al otro como un ser ajeno: "Es tu problema, no el mío".

La ventana digital

Cualquier mirada a las relaciones asociales actuales tiene que pasar por la ventana digital: internet y las diversas redes sociales. En la sociedad singularista de Martuccelli, es el entorno digital el que permite establecer relaciones entre individuos singulares. En primer lugar, porque dan una voz. No hace mucho, antes de la revolución digital, las voces públicas estaban limitadas a las instituciones: llámense partidos políticos, instituciones, portavoces religiosos o sindicales. Hoy, cada persona con acceso a conexión a internet tiene, si lo desea, una voz pública, y capacidad de encontrar a quien comparte sus intereses. La construcción de nuestro entorno social no es ya por proximidad física o por las circunstancias vitales. La proximidad se produce en una dimensión digital. Nos buscamos más que encontrarnos en canales diferentes de los tradicionales, y con códigos afectivos distintos.

Así que pese a todo seguimos siendo una sociedad amable, aunque de un modo distinto: menos formal en las distancias cortas. Tal vez se ha perdido la costumbre de saludarnos cada mañana, pero la fuerza de los movimientos colectivos demuestra que los lazos afectivos sociales mantienen su vigor. No somos una sociedad amable en el sentido cortés, porque nos hemos construido como una sociedad de la urgencia, de la falta de tiempo, del estrés. Y quizá por eso no nos queda tiempo para darnos los buenos días. O eso creemos.

Javier Dale

miércoles, 1 de agosto de 2018

ELOGIO DE LA AMABILIDAD (O EN QUÉ MOMENTO PERDIMOS LA CORTESÍA) 1ª PARTE

Para cerrar la campaña de este año ofrecemos este "Elogio de la amabilidad" de Javier Dale.

Cuando uno visita el Palacio Real de Madrid puede dejarse sorprender con el contenido de sus salones (el edificio tiene más de 3.400 habitaciones), pero es inevitable acabar reparando en una particularidad: la ausencia casi absoluta de pasillos. Las estancias se conectan unas con otras, de modo que la manera más habitual de ir de una habitación a otra cinco estancias más alejada es atravesando todas y cada una de las cámaras interpuestas entre ambas.

El Palacio Real es una construcción del siglo XVIII, una época en la que la intimidad, que hoy es todo un derecho, no era ni siquiera un valor. Por eso no existen los pasillos: porque las habitaciones no eran tanto espacios privados como estancias de tránsito donde socializar y ser amable. Y con la corte como modelo de comportamiento, los hábitos de la corte —la cortesía— no eran tanto un trámite como una forma de hacer.

En el mundo actual —donde la conciencia individual es dominante— la cortesía, entendida como la amabilidad en las formas entre personas, se ha perdido. Encontrarse con un "buenos días", con un "que pase una buena tarde" o con un saludo casual pero cortés entre desconocidos es una rareza, particularmente en las ciudades ¿Hemos perdido la capacidad de ser amables unos con otros? ¿Vivimos, de alguna manera, enfrentados a los demás?

Los individuos se distancian de las instituciones

"Es evidente que en la sociedad hay una búsqueda de espacios individuales", explica el profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, José Antonio Santiago. "No solo de espacios sino de tiempos. Cada vez se reivindican más los momentos de intimidad, bien para estar con uno mismo o simplemente para no hacer nada".

La sensación del tiempo propio como un valor conlleva incluso que el rato de ocio, generalmente empleado para la vida social, derive en una especie de cadena de montaje: una tarde de distensión es una tarde de planes consecutivos y cerrados, dibujados en una agenda. "Las personas quieren rentabilizar su tiempo, lo que provoca una sensación de estrés", sostiene Santiago. Es así: a veces, relacionarse con otras personas se convierte en una actividad para la que no tenemos tiempo.

Santiago añade que "hemos pasado de ser sociedades donde las instituciones ejercían un poder muy fuerte sobre los individuos a sociedades donde los individuos marcan distancias y pueden elegir y tomar decisiones que antes les venían dadas por las instituciones". Un ejemplo está en el cambio del modelo familiar: se ha pasado de la familia nuclear normativa y de la presión que ejercía ("a ver cuándo te casas", "¿para cuándo los hijos?") a un modelo que acepta lo que antes estaba estigmatizado, como puede ser el de las parejas que no se casan, las madres solteras, las parejas del mismo sexo o, incluso, la soltería elegida.

El Estado del Bienestar y el "atrévete"

No obstante, el profesor de la UCM opina que hoy en día no existe una sociedad más egoísta, sino que es la propia sociedad la que fomenta la individualidad. "Hay un cambio de relación entre la sociedad y el individuo. Porque es el propio entorno el que impone a las personas un discurso individual: sé tú mismo, sé responsable, atrévete, busca la realización personal".

A la sociedad individual que habitamos se le suman las contradicciones del beneficio que supone el Estado del Bienestar, al menos antes de la crisis económica. En su libro, Un individualismo placentero y protegido (Deusto, 2010), los profesores Javier Elzo y María Silvestre señalan una paradoja que se manifiesta en la sociedad española: "La protección viene de la mano de una concepción del Estado de bienestar protector y prácticamente omnipresente (…) El individuo se afirma en su principio de libertad individual, pero se protege desde una concepción universalista del papel del Estado social". Esto es, como sociedad individualista anteponemos nuestros deseos a los de los demás, pero sustentamos esa libertad en las obligaciones de un Estado que, en ocasiones, damos por supuesto y del que no nos sentimos obligados a participar.

El trabajo de Elzo y Silvestre señala además que la evolución del grado de satisfacción de la sociedad española entre 1981 y 2008, fundamentado en el Estado del Bienestar, no alimentó la confianza entre las personas: si en 1981 el 61% de la población afirmaba ser prudente a la hora de confiar en la gente, en 2008 esa cifra aumentaba tres puntos, hasta el 64%. ¿Cómo se puede ser amable con alguien en quien no confías?

Javier Dale