martes, 16 de enero de 2018

EL MANDAMIENTO PRINCIPAL

En tiempos de Jesús, en Palestina había escuelas, corrientes de pensamiento y de tema religioso y moral. En ese ambiente, los fariseos, se acercan a Jesús, para ponerlo a prueba, preguntándole, para que, entre la multiplicidad de opiniones existentes, Él diera también la suya. “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?” (Mt 22,36). ¡Había 163 en la Ley!

Salvadas las lógicas distancias, quizá no sea muy diferente de aquella nuestra situación actual. Se han multiplicado las opiniones...; el pluralismo, en sí sano y necesario, no pocas veces crea un cierto confusionismo y hasta indiferencia. Por eso puede venirnos muy bien la pregunta por lo principal. Es un síntoma de madurez personal y social formularse este tipo de preguntas, y no distraerse con preguntas accidentales y anecdóticas. Pues si no nos preguntamos por lo esencial, tampoco encontraremos la respuesta fundamental y esencial. Hay que esencializar la vida y en la vida con preguntas esenciales.

Pero esencializar no es tender a lo mínimo sino a lo íntimo. Es delimitar, y no solo limitar; es precisar el objetivo y lo objetivo desde las prioridades del Evangelio. Es alcanzar esa zona de silencio que permite escuchar la voz de la verdad sin tergiversaciones. Una esencialización cualitativa.

En la vida cristiana lo esencial es Dios, tal como nos lo ha revelado Jesucristo. Y lo esencial de Dios es su Amor. Hay que retornar de esa dispersión, de esa diáspora existencial en que vivimos, interiormente disgregados, para vivir lo esencial y hacerlo visible: el amor de Dios y al Dios Amor.

Y ¿cuál es la respuesta de Jesús? “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser” (Mt 22,37). Es decir con un amor total. ¿Y podemos decir que amamos a Dios así?

Cuando apenas le dejamos un resquicio en nuestra vida, cuando en nuestro tiempo casi no hay tiempo para Él, cuando nuestro corazón está saturado de tensiones, rencores, frivolidad, ambiciones..., ¿podemos amar a Dios con todo el corazón?

“Amarás a Dios...”, y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,39). No opone ni contrapone; no separa; no establece ni siquiera un antes a Dios y luego al prójimo. Se trata de un amor contemporáneo: amar a Dios en el prójimo y amar al prójimo en Dios.

Y si el amor de Dios no puede ser teórico, tampoco el amor al prójimo. Las exigencias del amor son la práctica de la justicia y de la misericordia. Esta es la caridad, o una manifestación seria de la misma.

El amor al prójimo no puede reducirse a un sentimiento, aunque deba ser sentido. El amor al prójimo no puede ser solo limosna superflua...; implica solidaridad, fraternidad, perdón... ¡Obras son amores! Por lo menos ya lo sabemos, la respuesta fundamental es: AMARÁS.
Domingo montero, capuchino

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